Sé que soy imperfecto

Sé que soy imperfecto

Presumo de mis debilidades y mis dificultades sufridas por Cristo, porque cuando soy débil entonces soy fuerte.

(2 Corintios 12,9)

Estaba terminando unas cosas, sin hacer caso a la televisión –que sonaba sin escucharla– cuando de pronto llega a mis oídos la machacona cantinela de las recomendaciones, para volver a estar perfectos después de las fiestas, insistiendo con firmeza lo necesario que es para desenvolverse en la vida.

Ser una persona perfecta. Comencé a pensar:

  • Y… ¿quién no quiere ser una persona perfecta?
  • Y… ¿Vivir en una vida perfecta?

Sin embargo, algo reclamo mi atención y me surgió una nueva pregunta

  • Pero… ¿a qué llamamos ser una persona perfecta y vivir una vida perfecta?

A mi mente vino lo que me había dicho la liturgia de la eucaristía: que nos invitaba a vivir lo que habíamos celebrado durante el tiempo de Navidad.

Y me dije: ¡estupendo! Si hacemos desaparecer todo lo que pueda recordarnos que hemos estado en Navidad y lo aparcamos hasta el próximo año, nos podemos dedicar tranquilamente a volver a estar “perfectos”

Pero, una nueva pregunta llegó hasta mí, pero…

  • ¿De qué perfección hablamos?

Pues, así de pronto, –me contesté– de una perfección que consistiría en: poseer una imagen impecable a los ojos de los demás, tener mucho, mucho… dinero, tener el poder para hacer lo que quisiéramos… Que todos nos admirasen, que nos quisieran… que no existieran los problemas, ni enfermedades, ni tristezas, ni vacíos, ni apegos… que tuviésemos todo en el momento que lo deseásemos, consiguiendo lo que nos apeteciese sin el más mínimo esfuerzo… ¡Qué dicha! Me dije: ¿quién no querría vivir en una vida así? Me parecía impresionante.

Sin embargo, de pronto, volví a lo de la liturgia y me di cuenta de que, vivir una vida así no sería una dicha, sino una pesadilla. Entonces dije con mucho alivio ¡Qué grande eres, Señor! Tú nunca te equivocas y quisiste hacerme como soy: una persona imperfecta.

Porque Tú me muestras Señor, cada día con más claridad, que lo Tuyo es otra cosa; que lo tuyo no son palabras son realidades. Y para demostrármelo, quisiste experimentarlo en carne propia, haciéndote uno  como nosotros, queriendo nacer en nuestro mundo, con nuestra precariedad, siendo –como eras– la perfección absoluta ¡qué valiente fuiste, Señor!

Me di cuenta de que, si yo no fallase jamás, no podría entender los fallos de los demás; si lo tuviese todo, no concebiría la vida de los necesitados; viviría constantemente juzgándolos y me iría instalando en mi propia soledad,  pensando que nadie me podría igualar.

En lugar de gozar de la libertad que Jesús ha venido a traerme, me convertiría en un esclavo de mis necesidades, de mi apariencia, de mi cuerpo, de lo superficial.

Entraría en el juego que, me propone la sociedad, de encontrar la fórmula de la eterna juventud, de no querer envejecer jamás, de estar por encima de los otros… y todo eso no me dejaría tiempo para darme a Ti, ni a los hermanos, me alejaría de la realidad y no querría darme cuenta de que, lo más doloroso era querer suplantarte a Ti, queriendo ser un dios al que todos adorasen.

  • ¿Qué le dice a mi vida esta realidad?

Pero tus palabras de consuelo no tardaron en llegar. “Te basta mi gracia -me dijiste- la fuerza se realiza en la debilidad” Gracias Señor. Porque me he dado cuenta de que prefiero ser poca cosa, pequeño, diferente… Siento tu amor y también el cariño de todos los que me conocen de verdad; ahora ya no me importa contemplar mi cuerpo perfecto, sino mi alma arrepentida que lucha por conservar la belleza espiritual.

Sé que si no tuviera miedos, vacíos, debilidades… no tendría necesidad de amar ni de ser amado y me perdería lo más grande: el motor de mi existencia, que es el amor que Tú has venido a traerme y has depositado en mi corazón.

Sé que no soy perfecto, pero doy gracias por ello, pues esa imperfección hace que, mi vida adquiera sentido invitándome a mejorar en cada momento.

  • ¿Estoy contento de ser como soy?
  • ¿Cambiaría algo de mi vida?
  • ¿He dado gracias alguna vez, porque Dios me haya hecho así?

De ahí que, ahora que sé que Tú has nacido en mí y vives conmigo, haya comenzado a tomar conciencia de los fardos que llevamos cargados, por todo lo que nos cuesta verte en las realidades con las que nos encontramos; por lo que nos cuesta percibirte en los acontecimientos que se nos presentan; en la multitud de situaciones que se nos muestran sin cesar… y me digo: ¡Cómo admiro en María la capacidad que tenía, para ver a Dios en todos los acontecimientos de su vida!

  • Más, ¿acaso María no era una persona como nosotros?
  • Pues ¿por qué no copiamos su ejemplo?

El ver a Jesús y a María con la misma humanidad que, nosotros me ha hecho darme cuenta de que, cuando una persona escucha a Dios y le responde con generosidad, nota cómo llega a su existencia esa luz que resplandece en su interior, por muchas que sean las oscuridades que la envuelven.

Que cuando se deja vivir a Dios en el interior, se comienza a notar que esa tiniebla de angustia, miedo y ansiedad que nos circunda, se va desvaneciendo poco a poco. 

Se da cuenta de que es, como si  hubiera encontrado la estrella que rige su vida y alumbra su camino.

Porque de repente, la persona descubre una manera nueva de vivir. No sabrá ni el cómo, ni el cuándo, pero está segura de que hay Alguien que la espera, le habla, la conforta… quedando asombrada de haber sido capaz de llegar a descubrir tan gran dádiva.

Entonces es, cuando se toma conciencia de que, hay momentos en la vida que quedan marcados en nuestro interior y que no olvidaremos jamás y que, el haber contemplado –al Mismo Dios– reposando en las pajas, ha sido uno de ellos. Pues precisamente, todo lo que se vivió en Belén, nos ha enseñado que:

Amar, no significa encontrar la perfección,

sino perdonar todos los fallos de los que nos rodean.

Julia Merodio