Como todos sabéis, este año se celebra laJornada de la Sagrada Familia, el día 30 de diciembre y el lema elegido para la misma es: “La familia, cuna de la vocación al amor”.
El lema me pareció precioso, pero ¿cómo hacerlo realidad si vemos que, dentro de la familia el amor está muy deteriorado? ¿No será que no nos hemos parado ante tan gran realidad? ¿O será que no nos han hablado de lo que, ese amor significa?
De ahí que, me haya parecido oportuno, invitaros a revitalizar el amor familiar, aún en medio de un ambiente tan hostil a todo lo que significa amar gratuitamente.
Comenzaremos viendo que, en este momento de la historia nos movemos en la superficie de las cosas. No aterrizamos. Vivimos zarandeados, inconscientes… llenos de ajetreo yendo de un sitio a otro sin que, nos dé tiempo a vernos, ni a sentirnos; hacemos las cosas como autómatas, apenas sabemos quiénes somos, quién es el otro… y, mucho menos, qué nos ha llevado a ello.
Vemos reiteradamente que, para la sociedad somos un número. Todos tenemos el número de identificación fiscal, el D.N.I., el de la tarjeta sanitaria, de la de crédito, el número de la Seguridad Social; si viajamos tenemos el número de la tarjeta de RENFE; el PIN para entrar en Internet… pero:
- ¿Sabemos quiénes somos?
- ¿Qué clase de familia formamos?
- ¿Qué querríamos ser?
- ¿Somos o solamente tenemos?
El ser humano desde que, el mundo es mundo, forma una familia ansiando ser feliz. Pero, nos siguen acompañando interrogantes después de tantos años de historia:
- El tener una familia ¿nos ha servido para ser felices?
- ¿Valoramos a nuestra familia, como nuestro gran tesoro?
- ¿Nos sirve, para aprender a mejorar?
Todos sabéis que, una de las cosas más importantes que necesitamos para ser felices es: Amar y sentirse amado.
Pero,
- ¿De qué amor estamos hablando?
- ¿Sabemos lo que, realmente, es amar?
De nuevo llegamos a otra frontera absoluta de la persona
- ¿Quién puede definir el amor?
Las cosas importantes de la persona son innatas, no se aprenden.
- ¿Cómo aprender a llorar, a reír, a bostezar, a amar…? ¿Alguien en nuestra vida se ha molestado en enseñarnos esto?
Lo hacemos y de manera espontánea, pues hay actitudes que vienen puestas de “fabricación” están dentro de la persona y no son visibles, ni audibles, ni tangibles… Pero sí hay que enseñar a utilizarlas. Por lo que habremos de preguntarnos de vez en cuando:
- ¿Cómo utilizo yo, todas esas generosidades que, Dios ha puesto en mi alma?
Primero tendremos que, estar atentos a los dones que recibimos, para después hacerlos producir; porque los dones se nos dan en forma de semilla y esas semillas hay que trabajarlas, para que originen sus frutos.
¡Qué atentos necesitaremos estar, si queremos que se desarrollen eficazmente! Pero en lugar de detenernos a observar cómo hemos de manejarlos, caemos en el error de querer enseñar a la gente a amar, llenándola de procedimientos y maneras, sin pararnos a pensar que aprenderían mucho más si nos viesen a nosotros amar con autenticidad.
Estamos acostumbrados a que todo se haga de una manera productiva, útil, fructífera y caemos en la equivocación de hacer lo mismo del amor. Te amo mientras me seas útil, mientras te adaptes a mis expectativas, mientras seas productivo-a, mientras colmes mis aspiraciones. Te quiero por lo que vales, por lo que tienes… pero no por lo que eres. Y así nos va, los resultados están a la vista, ni siquiera tengo que esforzarme para demostrarlo, la evidencia lo hace palpable. Y, lo que es más llamativo, si no quieres hacerlo lo propondremos como decreto ley.
LA PERSONA Y LA MAQUINA
Vivimos en el mundo de la tecnología y, sin que nadie lo pueda evitar existe el peligro de que, las personas acabemos convirtiéndonos en máquinas, ya que solamente se nos valora por la productividad.
Pensamos en cómo se vive hoy:
- ¿Qué es lo que más ansíanos? Tener tiempo.
- ¿Cómo nos comunicamos? Por mail, mensaje telefónico, internet…
- ¿Qué comemos? Alimentos preparados y de bajo coste.
- ¿En qué ciframos nuestra vida? En trabajar para gastar y gastar para tener lo que ni siquiera usamos…
Vivimos sin vernos, sin oírnos, sin palparnos, sin paladearnos… y cuando menos lo pensamos creemos que nada tiene sentido, gritando con la mayor naturalidad que: se nos ha muerto el amor. ¿No os suena cercano? ¿No escuchamos esto, sobre todo en el lenguaje de los jóvenes?
Así lo vemos. Esos jóvenes que lo saben todo, que lo tienen todo, que creen dominar todo… no son capaces de pensar que el amor no puede morir. Es verdad que pueden taparlo, enmascararlo, sofocarlo… pero nunca matarlo. Y si no me creéis daros una vuelta por el entorno y veréis que el amor que murió ayer con una determinada persona, hoy ha resucitado con otra ¡Qué poderío, poder matar y resucitar al amor, cuando nos venga en gana!
Pero es lógico. No se nos enseña que, el amor es una generosidad que se lleva dentro. Nadie nos dice que, ha de ser una experiencia de vida y que, cada uno ha de experimentarlo personalmente, para luego poderlo dar; y que, precisamente por eso, la persona que se siente amada es capaz de amar más y mejor.
Porque el camino de la experiencia pasa por entrar en nuestro interior, escuchar la vida, acoger lo que se nos va dando y desde ahí ir entrando poco a poco en el ritmo del corazón del otro, hasta aprender a latir –al unísono– con él.
Amar y sentirse amado ¡qué grandeza! Pero ¿de verdad amo? ¿De verdad me dejo amar?
Todos, en más o menos medida, tratamos de comprar el amor y nos dedicamos a hacer cosas que nos hagan merecedores de ese amor, no somos capaces de darnos cuenta de que el amor ha de ser gratuito –para que sea verdadero amor–, ha de ser regalado, no merecido; porque precisamente esta actitud es la que nos lleva a vivir temerosos de no ser queridos, moviéndonos en el orgullo, o en el resarcimiento de la culpabilidad.
En necesario que logremos entrar en ese campo de la gratuidad para descubrir que amar y sentirse amado es una dádiva que sencillamente hemos de regalar y de acoger.
Nuestra tarea consistirá en –no acogerlo posesivamente– sino desde el respeto, la humildad, el gozo… con ese temblor que, enamora y acaricia el alma.
La recompensa de la gratuidad es la correspondencia del que se siente amado; una correspondencia que, nace de esa confianza producida por un amor de hondura y madurez.
De ahí el lema al lema de este año, para este día de la Familia: “La familia, cuna de la vocación al amor”.
Una opción valiente y libre. Porque tanto la vocación como el amor consisten, en hacen aflorar los mejores valores que llevamos dentro, además de ayudar a que, también afloren en el resto de la familia; tanto en el otro, como en nuestros hijos… Pues:
Cuanto más emerjan esos valores,
mucho más fácil nos será,
descubrir el verdadero AMOR.
Julia Merodio