Quiero vivir en mi cueva

Quiero vivir en mi cueva

Tú, que vives en el siglo XXI, sal de tu confortable acomodo y entra en la Cueva de Belén. Quédate paralizado ante el asombro. Sumérgete ante ese silencio, al que no estás acostumbrado. Mira la precariedad del entorno. Y en medio de tanta pobreza, adora al Niño-Dios, en brazos de María, mientras José los contempla lleno de admiración y cariño.

Calmados y en silencio nos ponemos al lado de María para esperar el acontecimiento. Estaremos todo el tiempo necesario hasta percibir la presencia del Salvador. Mientras, vamos observando como todo está en silencio, vacío, disponible… vemos como todo surge, todo brota, se renueva, va emergiendo…

Con los ojos cerrados, divisemos dos alturas, -como si viésemos dos escenas superpuestas- En la de abajo contemplemos la cueva de Belén, -donde la pobreza es la dueña de la situación- en ella una vida incipiente comienza a fraguarse. Una vida totalmente distinta a la de arriba. Vida de superficie, vida de casas acondicionadas, llenas de objetos innecesarios; casas en las que, solamente se busca el bienestar y la comodidad.

Pero hay algo que sorprende; la vida de la cueva tiene tanta importancia que si no se forjase, la vida en superficie dejaría de existir.

“A las doce de la noche vino Dios a los pañales,

a las doce de la noche y no lo esperaba nadie”

Jesús llega en el silencio de la noche. En ese momento en el que aparecen los miedos, las indecisiones, las dudas, las pesadillas… ¡Cuánta gente teme la noche! Que se lo digan a un enfermo, a uno que pasa por un problema, a uno que padece insomnio… ¡Qué larga es la noche!

Sin embargo, qué distinta sería si dejásemos que, en ella naciera Dios.

Veamos delante del Señor nuestra realidad. Miremos ante Él, si esa vida superficial que nos hemos creado, podría germinar sin una vida fuerte “de dentro” –la vida de la cueva- Tomemos conciencia de cómo, solamente la vida interior, es capaz de proporcionar el aliento necesario para seguir fructificando.

Observemos como la vida, al igual que una semilla, necesita un vacío donde depositarse y unos cuidados para poder germinar; cómo necesita ese vacío donde, sosegadamente, pueda crecer y alimentarse.

Seguimos junto al recién nacido: el Dios-con-nosotros, seámosle sinceros; a Él no se le puede engañar, respondamos a lo que este planteamiento nos sugiere:

  • ¿Queremos vaciarnos para acoger El DON que se nos ofrece, o preferimos llenarnos de cosas para sobresalir ante los que nos rodean?
  • ¿Optamos por la “vida de la cueva”, o queremos seguir siendo personas de superficie?

Unos sencillos pastores nos sirven de ejemplo. Ellos no necesitaban vaciarse porque no poseían nada. Eran personas sin techo que, tenían que pasar la noche al raso, cuidando del rebaño. Pero los pastores han encontrado a Dios y, –aún sin saberlo- al encontrarlo, la noche se les transforma, se les acorta, se les ilumina… se les hace día.

La Palabra de Dios creída por los pastores se convierte en la salvación del pueblo.

La Palabra de Dios oída y vista con sus propios ojos, hace que los pastores se conviertan en testigos.

Dios vuelve hoy a llegar hasta nosotros en el silencio de la noche; pero lejos de recibirlo, de hacerle un sitio en nuestra vida, compramos colchones que favorecen el sueño y ayudan al descanso… impidiéndonos, con tantas prestaciones, percibir la llegada de Jesús. Sería triste que, con tanta somnolencia pasásemos de largo ante la Cueva de Belén.

Sin embargo, por mucho que lo ignoremos, por mucho que nos cueste creerlo Dios esta noche nacerá y nacerá en cada ser humano, en cada realidad, en cada presencia… Porque Dios sigue naciendo cada día y no puede ser de otra manera. Él está en cada situación, en cada corazón, en cada suceso, en cada circunstancia…

Pidamos la gracia, de la humildad y la disponibilidad de María, para dejarnos evangelizar –como ella- por esos pastores que van a contemplar la redención. Porque es importante saber que:

Es fácil leer en la profundidad de un alma que ha sido vaciada, para dejarle nacer a Dios.

  • ¿Cómo quiero esperar este año al Señor?
  • ¿Creeré en Él de tal manera que, como los pastores, llegue a convertirme en testigo?
  • ¿Tomaré conciencia de que, lo importante no está en la práctica –por muy religiosa que nos parezca, sino en llegar desde ella a la experiencia de Dios?

Julia Merodio