María: grande es tu fidelidad

María: grande es tu fidelidad

Para nadie es desconocido que, la protagonista invariable del  Adviento, es María.

Y es curioso que, sin encuestas, sin consulta telefónica a los más entendidos, sin dar ningún regalo por votar en las revistas… ella que, no es ni rica, ni célebre, ni famosa… vuelva a aparecer como protagonista insustituible.

La avalan: su confianza, su fe, su servicio, su donación y, sobre todo su Fidelidad al Señor. Eso que, desgraciadamente, ni vende, ni interesa y que, serán escasos, los que descubran esta grandiosidad.

 Evidentemente, estamos en un tiempo en el que, se demuestra con gran nitidez que: estas son las cosas que, Dios revela a los sencillos y oculta a los importantes.

María, la mujer fiel

Quizá al leer este título, creáis que me he equivocado de virtud, pero no es así; sé que el 18 de diciembre es la Virgen de la Esperanza, pero llevo muchos años hablando sobre ella y veía que, precisamente la fidelidad lleva implícita la esperanza ya que, si no esperamos nada, pronto dejaremos de ser fieles.

Así, hablamos de María, una joven de su tiempo, pero había algo en ella que la distinguía de las demás, algo que no dejaba indiferentes a los que, se cruzaban en su camino. Era el sello de identidad que marca a los que viven desde Dios, a los que escuchan la palabra y la guardan, a los que todavía son capaces de optar por la Fidelidad.

Sin embargo, en este momento de la historia parece que, ser fiel, no goza de mucho prestigio y si hablamos de ser fieles a Dios, eso pone nerviosos a muchos y lo tildan de algo trasnochado.

Poco a poco, nos vamos dando cuenta de que, la palabra Fidelidad resulta demasiado incómoda” Por eso, ahora, se comentan las infidelidades, los compromisos incumplidos, la manera de eludir las responsabilidades… y, lejos de hacerlo veladamente como algo que no está bien; se airea a los cuatro vientos como signo de valentía.

De ahí que quiera invitaros a que, en este tiempo de Adviento, nos planteásemos seriamente, la virtud de la Fidelidad y, para ello, qué mejor que hacerlo, junto a la mujer fiel por excelencia: María: la Madre.

Pero, antes de entrar en ello necesitamos hacernos dos preguntas imprescindibles:

  • ¿Qué entiendo yo por fidelidad?
  • ¿Qué significa, para mí, ser fiel?

La Fidelidad

Como he apuntado unas líneas más arriba, hoy se intenta hacer ver que, el no ser fiel proporciona un signo de prestigio “yo hago lo que me apetece, para eso soy libre”

Sin embargo, la fidelidad es algo mucho más grande, mucho más profundo de lo que muchos puedan creer. La Fidelidad, es la fe que, somos capaces de depositar en Dios y en las demás personas.

La Fidelidad es el amor renovado. Tomando conciencia de que, el amor que no se renueva, primero se convierte en rutina y más tarde en esclavitud. ¡Cuántos esclavos en este siglo que, cree haberla superado!

  • Y yo ¿renuevo mi amor a Dios?
  • ¿Renuevo mi amor a los míos: mi esposo, mis hijos…?
  • ¿Renuevo mi fe?
  • ¿De verdad soy fiel?

Por eso, si queremos vivir la fidelidad, será necesario que nos fijemos en María; ella es el paradigma de mujer fiel, donde sobresale su gran fe en Dios. Ella supo renovar su amor en cualquier circunstancia de la vida. Ella no se rinde, ni se acobarda, ni se deprime, ella repite ese Sí que, aquel día dijo a Dios, ese Sí reiterado, aún en las circunstancias más adversas; en esas que, a nosotros nos parece imposible soportar.

De ahí que, os invite a hacer silencio, para plantearnos delante de Dios en este tiempo de Advierto:

  • Si queremos ser fieles o no.
  • Y si queremos acoger a María, como nuestro modelo de fidelidad a Dios o preferimos pasar de ello.

¿CÓMO VOY DE FIDELIDAD?

Si nos miramos personalmente, quizá nos parezca que no somos personas que vivamos la infidelidad, pero no os extrañe que os diga que, debemos examinarnos detenidamente.

Porque, la Fidelidad, no solamente es el estar con una persona sin traicionarla, sino el hacer que ocupe el lugar de honor en nuestra vida.

Cuántas veces nos decimos: es que yo soy fiel a Dios ¿seguro? Pues mira: si anteponemos el fútbol a Dios, no estamos siendo fieles; si anteponemos el móvil, el WhatsApp, el ordenador… a Dios, no estamos siendo fieles; si anteponemos el ir de compras, el divertirnos a Dios… no estamos siendo fieles; entonces ¿qué pasa, qué no podemos hacer nada? Al contrario; cuanto más fieles seamos a Dios, cuanto más sitio le hagamos a Dios en nuestra vida, más libres seremos para hacer todo lo demás, porque habremos descubierto que, cuando Dios ocupa todo lo central de nuestra existencia, el resto fluye sin tener que planteárnoslo.

Pero, esto no solamente sirve para el contacto con Dios, sirve también para nuestras relaciones personales: con nuestro esposo-a, con nuestros hijos, con las actividades de la parroquia, con la comunidad…

Por eso, no estaría de más, que parásemos un momento, para preguntarnos en silencio:

  • Y yo ¿soy fiel?
  • ¿Qué cosas antepongo a Dios?
  • ¿Qué cosas antepongo a mi marido, mi mujer, mis hijos, a mi  comunidad…?

Sabiendo que, la fidelidad hay que trabajarla cada día: con diálogo, con donación, con tiempo para la intimidad… porque la fidelidad abarca a toda la persona, a todos los compromisos dados. Hemos de ser fieles, como lo fue María: a sí mismo, a la familia, a los demás, la Iglesia y a Dios.

MARÍA, REFERENCIA DEL ADVIENTO

Por eso, este tiempo de Adviento, no puede dejar de lado la figura de María. Ella es la protagonista del Adviento, su mejor referencia.

Ella fue la que, cumplió siempre la palabra dada; la que pronunció su Sí, incondicional, sin ninguna exigencia; la que no escuchó las habladurías de la gente… Pero eso pudo hacerlo, porque estaba enraizada en Dios; porque, día tras día, dedicaba ese rato de intimidad en el que, desde lo profundo de su ser, Lo escuchaba.

Ella repetía los Salmos: “Tu rostro busco Señor, no me escondas tu rostro…” trabajaba su ser, para que Dios habitase en él y acogía en su corazón a cuantos tuviesen una necesidad.

Por eso es capaz de aceptar la voluntad de Dios sin condiciones. Ella era de los “Anawin” (Los pobres de Dios) que no piden certezas, ni comprender los hechos, ni un “seguro de vida a todo riesgo” para los imprevistos; sino que, acoge y acepta la voluntad de Dios: con un ¡Que se haga como Tú quieres mi Señor!

  • Y yo ¿acojo la voluntad de Dios como María?
  • ¿O soy de los que ponen condiciones?

María, se abrió al misterio de Dios, no con resignación, sino con valor, con disponibilidad, con la garantía que le ofrecía, Aquel de quien se había fiado.

También nosotros tenemos a nuestro lado esas personas que son misterio, que cada día ofrecerán novedades, que tienen un determinado carácter, una manera propia de ser, de vivir… y si queremos ser fieles como María tendremos que aceptarlos y acogerlos como son, sin querer cambiarlos, ayudándoles a mejorar, pero dejando que sean ellos mismos. Y, eso es duro, eso cuesta, eso requiere esfuerzo… por eso muchos abandonan.

  • Pero claro, si no somos fieles a los nuestros ¿Cómo esperamos ser fieles a Dios?

No se puede vivir de espaldas a lo que se cree. Nosotros, como María, hemos elegido vivir desde el Evangelio, pero fijémonos como lo cumplió ella. Toda su vida fue, una adhesión incondicional, al Señor. No sólo cuando las cosas iban bien, sino cuando llegaron las incomprensiones a la hora de dar a luz a su hijo. Cuando aparecieron los rechazos de la gente; a la hora de  pedir ayuda para alojarse; cuando ve ese lugar precario donde tiene que albergarse; cuando más tarde tiene que huir a Egipto, para que no lo matasen.

¡Cómo difiere su comportamiento al nuestro! En nosotros, cuando menos lo pensamos, aparece la ruptura entre lo que pensamos, lo que creemos y lo que vivimos. Así vemos a matrimonios que se casaron llenos de ilusión, pero las cosas se pusieron mal y ya están en trámites de separación.

Vemos a sacerdotes y religiosos, que se consagraron a Dios llenos de entusiasmo y lo han dejado porque dicen que esta vida ya nos les llenaba.

Vemos hijos que son buenos cristianos y se olvidan de sus padres porque les pesan demasiado…

Y, vemos gente trabajando en la Iglesia, que pasan de los desfavorecidos, porque les resultan molestos… ¿Dónde ha quedado la fidelidad?

Por eso, acerquémonos a María en este Adviento y pidámosle que nos enseñe a ser fieles, que nos ayude a vivir el valor, de la fidelidad, como ella lo vivió: con coherencia, con entusiasmo, con esfuerzo, con perseverancia…

Y, no olvidemos esas palabras, de San Juan Pablo II, que me encantan:

“Ser fiel significa:

no traicionar en la oscuridad lo que se aceptó en la luz”

Julia Merodio