Estamos en tu presencia Señor. Hoy venimos con el corazón encogido y el alma helada a pedirte por este desastre que ha ocurrido. Las imágenes que vemos de estos terremotos nos han desconcertado y Tú sabes que, si ya nos resulta difícil encajar el dolor y la muerte, verlos en esta realidad nos supera y nos perturba.
¿Cómo puede entrar en nuestra mente que, un edificio sólido se pueda caer como un castillo de Naipes?
¿Cómo puede entrar el que, de repente, el caos se apodere de la vida?
Por eso, aquí nos tienes impotentes ante tanta desolación, para pedirte a Ti que todo lo puedes que, no nos dejes de tu mano y para decirte con el salmista:
Tu gracia vale más que la vida,
por eso te alabarán mis labios.
Cuando de pronto me asaltaron todas estas imágenes que, era lo último que podía imaginar, me quedé paralizada, lo mismo que os pasaría a vosotros.
Pero Señor ¿cómo es posible todo esto? ¿Y por qué a estas personas? ¿Y para qué tanta desolación?
En ese momento me di cuenta de que, cuando Jesús muere, también la tierra tiembla y tiembla para hacernos redescubrir nuestros desajustes, nuestras auténticas muertes, nuestra carencia de luz, nuestro contacto con la oscuridad, nuestra ausencia de Dios… “Vino a los suyo y los suyos no lo recibieron” Pero me entristece pensar que este mensaje no llegue a muchos.
- Y a mí ¿qué me ha dicho todo esto personalmente?
Imposible apreciar la vida si no se acepta la muerte.
El segundo momento es el de la aceptación. Esto es una realidad, no hay marcha atrás. “Todo está cumplido; que, se haga cómo Tú quieras mi Señor”
Las cifras de muertos estremecen, las de heridos hacen demasiado daño, pero ¿qué decir de los supervivientes? Sin casa, sin pertenencias, sin agua, sin comida, sin luz, sin gas, sin servicios, a diez grados bajo cero… no podemos conformarnos con quedarnos paralizados, tenemos que actuar pero ¿cómo? Orando por ellos, mandando ayudas, implicándonos en lo que se nos vaya pidiendo y según nuestras capacidades… No podemos conformarnos con decir “pobrecillos”, cuando dormimos toda la noche mientras ellos no pueden cerrar los ojos.
Rezando además, para que los que, han ido a ayudarles no se cansen y sigan trabajando, para que no se sientan olvidados.
- Ahora en un rato de silencio, cada uno, vamos a ir poniendo en manos del Señor todo eso que, más fuerte nos ha golpeado.
- Y vamos a unirnos a cada sufrimiento, a cada realidad… y les vamos a mandar nuestro donativo y nuestro recuerdo en un abrazo emocionado pues no podemos olvidar que pertenecemos a la misma familia. A la familia de Dios.
Dios del amor y de la vida, gracias por esperarnos con los pies clavados, por si tardamos en llegar. Gracias por recibirnos con los brazos extendidos, para que no dudemos de que quieres acogernos. Gracias por mostrarnos tu costado abierto y tu corazón traspasado, para derramar sobre nosotros tus gracias. Y gracias, por tu cabeza inclinada para darnos el ósculo de paz y de la reconciliación.
Pero nos falta todavía algo. Nos falta recordar que hoy es el día del enfermo y la festividad de la Virgen de Lourdes. Por eso vamos a poner a todos nuestros enfermos y a cuantos no tengan a nadie que lo haga por ellos, en manos de nuestra Madre, para que los ponga junto a su Hijo con esa ternura que solamente una madre sabe regalar. A la vez que le decimos:
¡Gracias Madre! Gracias por enseñarnos, junto a la Cruz, que el amor es la fuerza y la energía de la vida. Que la ternura es la razón: de una lágrima, de un sacrificio, de una superación, de una esperanza.
Y que, la generosidad de darnos al que padece, nos lleva a ver que la misericordia es la fuente del perdón y de la entrega total.
Julia Merodio