Adviento: La grandeza de saber decir sí

Adviento: La grandeza de saber decir sí

En la gran pantalla del mundo observamos cómo, la programación completa de nuestra vida, se va emitiendo sin parar.

Por mucho que nosotros, nos paremos, nos durmamos, nos escaqueemos… la vida sigue sin esperar a nadie.

En ella nos encontramos, vidas entrelazadas, acontecimientos esperados e inesperados… todo fluyendo sin que nadie pueda detenerlo, mientras la mayoría de la gente duerme sin ser consciente de ello. No somos capaces de observar que las situaciones de la vida no esperan, siguen pasando por mucho que nosotros nos hayamos adormilado o nos hayamos cansado de velar.

Y, en esa gran pantalla, acogiendo cada acontecimiento del ser humano, cada resquicio de la creación: feliz o desdichado; alegre o molesto; bueno o malo… DIOS. Dios, como fuerza capaz de equilibrar los diversos aspectos de la vida, por los que cada persona tiene que pasar y que tan difíciles resulta conciliar: amor, armonía, felicidad, trabajo, bienestar…

Pero, en esa gran pantalla, también vi gente en vela. Algunas velas, pasando casi desapercibidas, otras casi molestas, otras ignoradas por muchos y otras relegadas por distintas opciones de mayor interés. Sin embargo, me sorprendió mucho la poca gente que vi velando al Señor en una iglesia.

Y a mí me parece que, el hecho de velar, no puede descuidarse y, mucho menos, en este tiempo de Adviento, donde la oración ha de tomar un puesto muy privilegiado. De ahí que me parezca importante invitaros a detenernos en algunas de esas “velas”  

Al ponerme ante ellas compruebo, el abanico de velas que despliega nuestra vida.

Todos velamos, en esas noches que, tenemos insomnio; a veces, sin saber por qué. Esas noches que, nos incomodan, nos alteran, nos ponen nerviosos… ¡No hay manera de conciliar el sueño, nos decimos! Esa vela: inquieta, molesta, que desasosiega, que  destroza… pero, está ahí y por más que queramos no podemos apartarla de nuestro lado.

Sin embargo, hay otras noches de insomnio, en las que, conocemos bien los motivos. ¿Quién puede dormir, cuando se espera a un hijo que no llega?

Quién puede dormir, cuando se está viendo en televisión a jóvenes cargados con pistolas, machetes, cuchillos… matando indiscriminadamente a jóvenes, simplemente porque no son de su banda.

¡Claro que, en la gran pantalla del mundo hay gente en vela y mucha más de la que pensamos! Pero no es esa la vela –exactamente-de la que nos habla el Adviento y… ¡qué distintas serían nuestras velas si supiésemos mirarlas de la forma que nos sugiere la Palabra de Dios!

  • Y a mí ¿qué motivos me hacen velar en este momento de mi vida?
  • ¿Desde qué prisma las veo?
  • ¿Me llevan a velar, desde lo que me sugiere la Palabra de Dios?

Nos acercaremos a otra vela habitual en este momento:

  • La vela que, nos lleva a cuidar nuestras posesiones.

En la vida cotidiana todos tenemos demasiados problemas, para conciliar el sueño. Nos acompaña una vela impuesta, la de pensar que pueden robarnos lo que tenemos.

Pero, para solucionarla hay gente que, nos alerta de que seamos precavidos, ofertándonos alarmas y métodos de seguridad, para que nos protejan ¡Tenemos tantos bienes atesorados! Pensamos que, eso nos devolverá la libertad y no nos damos cuenta de que son, precisamente, las esclavitudes que guardamos bajo llave las que, nos esclavizan y nos impiden vivir tal y como somos.

No somos capaces de descubrir el gran tesoro que llevamos dentro y  mientras la incertidumbre nos zarandea añorando vivir, con seguridad y aplomo, descuidamos lo más esencial: la riqueza que, Dios nos regala y que, nadie podrá quitarnos.

Qué importante será, por tanto, preguntarnos en un tiempo de oración:

  • ¿Soy consciente de que parte de mi vida la paso dormido?
  • ¿Qué dificultades tengo para poder despertar?
  • ¿Qué esclavitudes me encadenan?

Sin embargo, no nos detenemos demasiado, ante la vela preocupada de un acontecimiento doloroso…

O la de una mujer a punto de dar a luz.

O la vela de los religiosos/as que se levantan a media noche para orar.

O la de una adoración nocturna… ¡Son tan normales!

Quizá, tampoco nos detenemos, en la vela esperanzada, que nos trae cada nuevo día, con la llegada del alba, con la luz de la mañana, con el calor del sol…

Y es que, normalmente las velas cansan, por muy agradables que sean. Antes o después aparece el sueño, la inquietud…

Por eso es importante tomar conciencia de que nuestra vida es un Adviento y no dejar, ni un solo día, de preguntándonos:

  • ¿Por qué motivos sería yo capaz de velar?
  • ¿Por quién velaría yo?
  • ¿Qué sed me desborda?
  • ¿Qué luz me desorienta?
  • ¿Qué situaciones me dejan amodorrado-a?

Para después escuchar, desde lo más profundo de nuestro ser la Palabra de Dios. ¡Despertad! ¡No temáis! ¡No tengáis miedo a vivir despiertos!

Pero, falta todavía una vela esa que, no deberíamos nunca, dejar de detenernos en ella, es:

La vela junto a Dios

Lo de velar a personas relevantes sigue teniendo una gran fuerza. Hay que guardar con cautela a reyes, príncipes, jefes de estado, presidentes de gobierno… y ahí están los escoltas, los guarda espaldas… También se velan los edificios emblemáticos y las espléndidas residencias donde encontramos personas que, hacen guardia día y noche con turnos estrictos y rigurosos.

Algo que, nos da una pincelada de cómo deberíamos velar a Dios: “Rey de reyes y Señor de señores” en nuestra sociedad y en nuestra vida.

No hace tantos años era frecuente ver al Señor, expuesto en la Custodia, en cualquier iglesia y la gente se apuntaba a velar durante un tiempo, estando allí fija hasta que, otro lo sustituyese, para que al Señor no le faltase ni un instante la compañía.

Había días señalados en el año, en el que, dos personas se ponían delante de las demás, en pie, con su varal en las manos custodiando al que, para ellos, era el más alto Grado en el cielo y en la tierra. Y, con su actitud gritaban en silencio, la importancia de escoltar a su Dios y Señor.

Veíamos también a grupos y asociaciones cuyo carisma especifico era el amor y la adoración al “Señor  Eucaristía”.

          Gracias a Dios ahí siguen, calladamente, aunque ya nadie les dé la relevancia que tenían.

  • Y en mi vida ¿qué resonancia tiene la adoración al Señor?

También, vemos con pena, que muchos de los que optaron por ello hoy se avergüenzan de decirlo, parece que les resta prestigio a su actividad. Pero, ¡creedme! las cosas grandes de la vida, se forjan en el silencio junto a Dios.

Por eso siguen, sin desfallecer, comunidades de religiosas y religiosos; iglesias, quizá pequeñas… y otras muchas capillas donde se expone al Santísimo asiduamente. Ahí están todas esas personas, que necesitan a su Dios y que, por muy lejos que esté su domicilio, buscan ese rato para velar a su Señor.

          Sin embargo, lo digo con pena, suele haber poca gente haciendo oración ante el Santísimo. Termina la eucaristía y la gente sale deprisa, sin poder dedicar ni cinco minutos a velar a su Dios. Ese Dios que acaba de fundirse con cada uno por puro amor y gratuidad. Y yo me pregunto:

  • ¿Qué está pasando?
  • ¿Qué “señores” presiden nuestra vida? 
  • ¿Con qué empeño los velamos?
  • ¿Oramos poniendo en manos del Señor esta realidad?

Ante nosotros se presenta un nuevo Adviento, un regalo que llega un año más, a nuestra vida. En él, se nos pide que velemos, que vigilemos… Pero,

  • Nosotros ¿velaremos?
  • ¿Seremos capaces de esperar en vela la llegada del Salvador?

No pongamos esta situación en el “montón de los olvidos” No desaprovechemos este toque de atención que se nos brinda en este tiempo de gracia.

Gustemos lo que supone velar al Señor.

Y con esta actitud, acerquémonos hasta Él para decirle:

Queremos velar, con toda la humanidad orante, durante este tiempo que, anuncia tu llegada.

Queremos que, Tu calor, haga desaparecer nuestra frialdad.

Queremos recibir Tu consuelo que, enjugará las lágrimas que nos impiden verte, en cada uno de los hermanos.Y acogeremos tu cercanía que llenará nuestra soledad e inundará de certeza nuestra falta de fe.

Julia Merodio