Este año, Jesús nos invita con más fuerza que nunca, a que lo acompañemos al Monte de la Transfiguración.
Sabe que estamos llenos de dolor, de incertidumbre, de miedos…; sabe que el sufrimiento nos está machacando y sabe que es difícil aceptar la Cruz, si antes no hemos experimentado el amor.
Por eso nos llama hoy, para mostrarnos su gloria, su cercanía, su amor… ya que Él sabe mejor que nadie que la cercanía de Dios siempre transfigura.
Y ¿por qué quiere Jesús manifestarnos su gloria? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que el hundimiento donde estamos metidos, no nos deja lugar para fiestas? Claro que se ha dado cuenta. Somos nosotros, los que no nos hemos dado cuenta de lo que Jesús pretende.
Jesús nos ha elegido para subir con Él al Monte, porque nos ama y sabe que nadie que presencie su gloria seguirá siendo el mismo. Su gloria nos hace criaturas nuevas, con un corazón grande para regalar amor allá por donde pasemos y si hay algo que necesita –con urgencia– el mundo de hoy es sentirse amado.
¡Cómo echan en falta el amor los que están solos en las UCIS! ¡Cómo necesitan amor los que están en esas largas filas, esperando que les llegue el turno para que les den algo de alimento! ¡Cómo necesitan amor, los que tapan sus carencias haciendo fiestas prohibidas…! ¡Qué carentes de amor están los que nos dirigen, creyendo que tienen todo controlado y que nada ni nadie, podrá desestabilizar sus planes!
Por eso, ahí está lo importante. Lo que realmente necesitamos encontrar, en aquel monte, es el sentirnos amados por el Señor. Porque es verdad que será primordial ver transfigurado el rostro de Jesús. Contemplar cómo sus vestidos se vuelven blancos como la nieve; cómo deslumbra su resplandor… Será impresionante oír la voz del Padre diciendo “Este es mi Hijo ¡escuchadle!“. Pero si tanta fascinación no nos ha llevado a sentirnos amados por el Señor, habrá sido una preciosa travesía, pero no habrá cumplido su objetivo, porque La Transfiguración es una experiencia de amor.
Esto mismo puede pasarnos en lo cotidiano. Hemos optado por el Señor, queremos seguirle, trabajamos por los necesitados, damos catequesis, vamos a la Eucaristía, comulgamos. Asistimos a un montón de charlas, de reuniones… ¡Perfecto! Pero si eso no nos lleva a tener una experiencia fuerte de Dios, si no nos lleva a experimentar su amor de manera que le busquemos –además de en todo lo que hacemos– en esos momentos de silencio y soledad –lo mismo que lo buscaba Jesús– nos faltará lo más importante; nos faltará… lo que, realmente, nos hace Vivir.
Julia Merodio