María, la esperanza de una madre

María, la esperanza de una madre

Estamos en la semana que antecede a la Navidad y en ella, año tras año, aparece una relevante figura: la figura de María, La Madre del Adviento, La Virgen de la Esperanza. Sin ella, el Adviento no hubiera sido posible y la revelación se habría realizado de manera distinta.

“La Virgen sueña caminos, está a la espera;
la Virgen sabe que el niño, está muy cerca.
Los que soñáis y esperáis, la buena nueva,
abrid las puertas al Niño,
que está muy cerca.
El Señor, cerca está; él viene con la paz.
El Señor cerca está; él trae la verdad”

MOMENTO DE ORACIÓN

Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración.

UNA LLAMADA A LO IMPOSIBLE

Yo creo que, para atravesar esta dura realidad que nos ha tocado vivir, necesitamos a alguien que nos dé serenidad que, nos aporte esperanza. Y ¿quién mejor que nuestra madre, la Virgen de la Esperanza, para darnos entereza y seguridad? Ella tampoco se libró de la prueba; por eso llega al fondo del corazón, porque no habla de oídas, habla de experiencia y ¿habrá laguna experiencia que supere –la dureza– de la suya?  

Por eso, me encanta ver, cómo la representaban en los íconos los primeros cristianos que, quisieron plasmarla. Y me gusta sobre todo, porque la llamaban “La Virgen del Signo” me parece de una sensibilidad asombrosa, que María sea, el signo de que, Dios llega. Que, Dios, se albergaba en su seno creciendo en él –como si estuviera en un precioso Sagrario– para hacerse uno de nosotros, para traernos la salvación.

¡Cómo iban a creer esto sus conciudadanos al contemplarla! ¡Cómo les iba a caber en su cerebro que –una criatura como ellos– llevase en su seno al mismo Dios! ¡Imposible!

Pero, yo creo que, la primera asombrada sería ella. ¿Cómo no iba a costarle, el notar cómo –el mismo Dios– crecía en sus entrañas? ¿Y, cómo  acostumbrarse, a verlo crecer después, a jugar como un niño, y ser un joven o un adulto más del pueblo?

Por eso hoy, nos dice a nosotros: ensanchar la mirada, no os quedéis atrapados en lo que estáis viendo, Dios lo puede todo y hace maravillas en los que, confían en Él. El problema está, en que solamente lo perciben los que tienen limpios los ojos del corazón, los humildes, los creyentes, los que son capaces de acoger sus planes…

  • Y nosotros ¿somos capaces de acoger los planes de Dios, cuando no coinciden con los nuestros?
  • ¿Cómo vivimos estos momentos inciertos por los que estamos pasando?
  • ¿Creemos de verdad que, Dios nos conduce, en medio de ellos?

LO QUE DIOS ES CAPAZ DE HACER

María comienza a ver que las maravillas no provienen de ella, sino de ese Dios que, es capaz de hacerlas a través suyo. Y su alma explota de júbilo y de su boca sale el sublime canto del Magníficat.

Pero, el canto de María no era para los autosuficientes, ni para los que se creían seguros, ni para los que pensaban que a ellos nunca les afectaría la adversidad… tampoco para los dogmáticos; ni los intransigentes; ni para los que, no eran capaces de recibir nada, porque se creían tenerlo todo por ser superiores a los demás…

María cantaba porque sentía que venía un tiempo nuevo en el que la historia se leería desde abajo, desde los últimos y menospreciados de la tierra.

Ella intuía que algún día, los ciegos, los cojos, los leprosos, los deprimidos, los fracasados, los desheredados, los solitarios, los enfermos… se abrirían paso y saldrían triunfantes, a pesar de su precariedad.

Por eso nosotros, los que amamos a la Virgen de la Esperanza, los que esperamos en ella, no podemos vivir como los que no esperan nada, ni a nadie.

No podemos vivir como los que no creen en que, un futuro mejor es posible, que Dios visitará nuestra tierra y que, su Palabra se cumplirá.

  • Pero ¿hemos pensado alguna vez que, cualquier cosa que hacemos, es Dios el que la hace a través nuestro?
  • Nosotros, los que amamos a la Madre ¿de verdad, creemos que un futuro mejor es posible?

MARÍA, MUJER DE ESPERANZA

María era una mujer de esperanza.

Y lo era, porque había experimentado en su carne que, Dios no defrauda y quería comunicarlo por doquier.

Ella sabía que la esperanza no se alimentaba, ni se sostenía por un optimismo antojadizo, ni dependía de versen realizados todos nuestros deseos.

Ella era consciente de que, la esperanza era una gracia, que anidaba en los corazones de quienes se sabían amados por el Señor.

Sabía… que la esperanza, se alimentaba del testimonio de quienes han confiado en Dios y no han quedado defraudados

Que la esperanza, era el resultado de quienes sabían interpretar que, todo sucede para bien.

María sabía… que la esperanza, sobre todo en momentos de dificultad, sabe acallar las voces de la angustia, y aguarda en silencio la acción providente del que lo puede todo.

Porque la esperanza es el fruto bendecido de quienes confían en un Dios misericordioso  que es capaz de llevarnos tatuados en la palma de sus manos.

 Porque la esperanza… es, el distintivo de quienes creen que la realidad presente es pasajera y tienen la certeza de que lo mejor está por llegar.

  • ¿Me he preguntado, alguna vez, en esta pandemia qué, es lo que quiere decirme a mí el Señor en este momento de dificultad?
  • ¿Qué luces he percibido a mi alrededor?
  • ¿Qué señales de esperanza, he encontrado en mi ambiente?
  • ¿Cómo puedo trasmitirla a las personas que me rodean?

LA LUZ DE LA ESPERANZA

No perdamos nunca la luz de la esperanza. Por muy adversas que sean las circunstancias, aunque la oscuridad nos envuelva… no olvidemos que, siempre existe un poco de luz. Una luz, posiblemente tenue, débil, sutil… pero luz. Esa luz que es la presencia de Dios en nuestra vida. La presencia activa de un Dios que se compromete con nosotros que, nos acoge, nos abraza, nos alienta… y nos lleva siempre en su regazo, para que nos sintamos protegidos y amparados.

Y, sobre todo, no dejemos nunca de escuchar en lo más profundo, esas palabras del salmo 26 que, tantas veces repetiría María:

¡Espera en el Señor!  ¡Sé valiente!

¡Ten ánimo! ¡Espera en el Señor!

Julia Merodio