Bendita porque has creído

Bendita porque has creído

Hemos llegado al cuarto domingo de Adviento y Dios ya se va presentando, aunque todavía oculto, en el seno de María.

Por eso, en esta cuarta semana, María es el personaje central de la escena, pero no por lo que ella hace sino por lo que Dios ha hecho en ella. Dios ha intervenido en su vida y ella interviene como madre en la vida de los demás. Y, en esta ocasión lo hace, poniéndose en camino para ayudar, para servir, para… darse.

María al aceptar su vocación encuentra su misión. Y de esa realidad nace el encuentro, entre dos mujeres que se saludan en una aldea perdida de las montañas de Judá; dos mujeres sin ningún poder político, sin ninguna relevancia. Dos mujeres embarazadas que, bendicen a Dios. Dos madres que, elevan una preciosa oración mariana: “Bendita tú entre las mujeres y vendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”

Con qué claridad vemos, en esta escena, que Dios está actuando dentro de la vida de estas dos mujeres irrelevantes. Por eso todo lo que, acontece en este encuentro nos invita a ver cómo la fuerza de Dios puede transformarnos, lo mismo que las está transformando a ellas.

Estamos acostumbrados a ver la religión como un conjunto de ideas que creemos y que nos afectan, pero eso solamente es una parte de la verdad. El evangelio nos muestra que, Dios renueva a la persona en su totalidad. Renueva el espíritu, el alma, el cuerpo, la mente, los afectos, los sentimientos… Porque el evangelio es Buena Noticia; pero, qué revelador – antes de ser noticia es buena- es felicidad, alegría, conversión total…

De ahí que, cuando Jesús viene, nuestro interior se conmueve, la emoción nos llena y al notarlo nos lanzamos a gritar, a cantar, a bendecir, a desear felicidad… como María; pues ¿no es eso lo que hacemos en Navidad?

¡Qué torpes somos para no darnos cuenta de cómo Dios actúa en nosotros! Él hace en nuestro interior, como lo hizo en el de María, un trabajo oculto y discreto. Dedica su tiempo y sus esfuerzos a modelarnos… y luego se sitúa en un segundo plano, para que otros pongan la atención en lo que, para él, es lo más importante. Pero, sabe bien que, para ello le será imprescindible tener mucha paciencia y mucho cuidado; sabe que, tendrá que velar nuestro crecimiento y protegernos de tantas cosas adversas como querrán hacernos desistir de ello. Y aquí lo tenemos llegando, para acompañarnos, para alegrarse con nosotros, para sufrir con nosotros, respetando nuestra libertad y acogiéndonos cuando nos apartamos de su proyecto y lo vemos con claridad, en esta escena que sobrecoge. El precursor y el enviado saltando de gozo en el seno de sus madres.

Paro falta otro personaje para que la escena esté completa. Falta S. José. Y, en este año dedicado a Él no podemos pasarlo por alto.

San José, también ha sido llamado, como María, para colaborar en la historia de la salvación. Pero lo mismo que a ella, la manera de llamarlo lo ha dejado desconcertado.

A la vida de José ha llegado la prueba. Una prueba dura, exigente, inexplicable… Y José, hombre fuerte de fe y silencio, se ha apartado discretamente, debatiéndose entre la duda y la perplejidad.

Pero Dios no lo abandona, también a él le envía un mensajero para sacarlo de su incertidumbre. Y su reacción es tal que, si María nos ha enseñado el valor del servicio, la disponibilidad y la entrega; él nos enseña el valor de la aceptación al proyecto de Dios, su gran fe, su esperanza, su ternura… nos enseña que, Dios, puede actuar a través de nuestros miedos, nuestra fragilidad, nuestra impotencia… Porque, frente a todo lo que, se podía imaginar, José fue el verdadero milagro con el que Dios salvó al Niño y a su Madre.

Julia Merodio