La semana pasada, optamos por acercarnos a la Madre, para que nos llevase a Dios por medio del Don de Piedad. Sabíamos que ella tenía todas las directrices necesarias para ayudarnos a vivir como personas resucitadas.
Hoy queremos que nos lleve a Dios por medio del Don de Consejo, o lo que es lo mismo, que ella sea nuestra consejera.
Y lo hemos decidido así porque al tener la certeza de que en su alma residen todos los dones, ella puede servirnos de modelo a los que buscamos un camino que nos acerque a Dios.
Sin embargo, al ponerme junto a ella con mi ruego, quedé admirada de su discreción. Ella guarda veladamente esta realidad, no se pavonea de ello; su humildad no se lo permite, se reconoce pobre y pequeña y comprobé como ayuda en silencio a los demás. Quedé callada ¡Qué distinta su actitud a la de los que creemos saberlo todo!
La gente de nuestro tiempo tiene el gran defecto de creer que todo lo controla, todo lo sabe, todo lo puede… Cree que tiene recursos suficientes como para solucionar cualquier situación que se le pueda presentar y quizá, sea por eso, por lo que en este momento de la historia –al contrario de lo que hizo María- solemos prescindir del consejo divino.
Sin pretenderlo, hemos perdido la capacidad de mirar a los ojos de los demás, de respetar el dolor de los otros, de escuchar en silencio los sentimientos que irradia la gente…
Hoy tenemos respuesta para todo, pero no somos capaces de escuchar esas objeciones que, el Señor, nos sugiere en un rato de oración, esas réplicas que nos harían capaces de consolar y reconfortar más allá de lo que nos atrevemos a esperar.
Por eso, os invito a que nos acercarnos a la Virgen; a la Madre del Buen Consejo, a la llena de Dones y Carismas, para que nos indique con qué criterio juzgar, opinar, persuadir… Pidámosle que nos ayude a abrirnos, a la Acción del Espíritu para que grabe sus Dones en nuestro corazón y seamos portadores de luz y esperanza en un mundo que tanto lo necesita. Un mundo que precisa ojos para creer y oídos para escuchar; labios para pronunciar la verdad y corazón para sentir al ritmo del hermano.
La gente hoy no llega al interior del otro porque se comunica con una pantalla por medio (el móvil, el ordenador…) hablamos, miramos escuchamos… pero sin ver los rostros, sin percibir lo que dicen los ojos, sin dar un abrazo sentido.
¿Hubiera podido María percibir, lo que de ella quería el Señor, sin mirarle directamente? ¿Hubiera podido saber lo que era mejor para ella, sin esta actitud de escucha?
María sabía que el don de Consejo se necesita para saber elegir lo que Dios quiere para cada uno; para optar por lo recto, lo bueno, lo justo… lo que le agrada a Él.
Pidamos también nosotros a Dios el don de consejo. Digámosle: Queremos Señor, que Tú seas nuestro consejero en el silencio de la oración; que nuestras palabras sean el eco de las tuyas; que nos des tacto para ir por la vida dando testimonio en lugar de consejos; que nos des capacidad para dar frutos en lugar de palabrería inútil.
- Ahora con paz, nos preguntamos:
- Y yo ¿dejo que Dios y María sean mis consejeros?
- ¿Trato a los demás, con esa finura que sabe a Dios?
- Pasamos un rato pidiendo, al Señor, -junto a la Madre- que nos conceda el don de consejo.
Para terminar, invocamos a María:
Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros.