En este cuarto domingo de cuaresma, la liturgia nos presenta a Jesús como Luz del mundo, por medio del Ciego de nacimiento.
UN CIEGO DE NACIMIENTO
Al pararme esta tarde ante Ti, Señor, para leer este pasaje, me daba cuenta de que éramos –realmente– ciegos; todos andamos un poco mal de la vista y lo pensaba así, al contemplar nuestra realidad actual.
Nos van diciendo lo que nos viene encima, pero no queremos verlo.
Nos lamentamos de ello, de los infortunios que nos van asolando: la guerra, los terremotos, los problemas que abaten a los jóvenes… pero parece que eso no va con nosotros y seguimos como si no pasase nada.
De ahí que, así pensando me parecía: que es cuanto menos significativo, la similitud que esta realidad guarda con el evangelio.
Juan en el relato que nos ofrece, se preocupa de aclararnos que el personaje no era un ciego cualquiera, especifica que es –ciego de nacimiento– y esto que parece carecer de importancia es substancial, pues no es lo mismo haber tenido visión alguna vez y perderla, que no haberla tenido nunca.
De ahí que, el hecho nos invite a ponernos ante la ceguera de nuestro tiempo, pues en el momento actual, a mi me parece que hay pocos ciegos de nacimiento, son muchos más los que “vieron” y quisieron cerrar los ojos voluntariamente –aunque parezca que nunca tuvieron visión– porque aquello que vieron lo han enterrado y no les sirve para nada. Unos, porque vieron que les exigía demasiado y otros, porque no les gustaba lo que estaban viendo. Hechos que nos interrogan con fuerza.
- ¿Qué los llevó a esa actitud?
- ¿Qué parte de culpa tuvimos nosotros en ello?
Pero hay algo precioso en la descripción. Como el personaje es ciego y no puede ver a Jesús, es Jesús el que lo ve a él y es asombroso que, al verlo se detenga.
Este Jesús, es el que hoy se acerca a nosotros por medio de esta realidad inesperada. La iniciativa no parte del ciego ni de nosotros, parte de Jesús. Jesús es el que se acerca a él y el que hoy se acerca a nosotros, nos tiende la mano, nos toca los ojos y nos manda lavarnos… porque la curación no se hace efectiva, hasta que el ciego ha cumplido con lo que Jesús le ha dicho: que se lave en el estanque de Siloé. Ni se hará efectiva en nosotros si no colaboramos, cumpliendo con todas las exigencias que se nos vayan dando.
- ¿Pero, qué se nos manda hacer hoy a nosotros, Jesús?
- ¿Estamos dispuestos a llevarlo a cabo?
Además de las cegueras expresadas, hay otras muy comunes: son las cegueras que no se ven. Una realidad que convive actualmente con nosotros, nadie cree estar ciego y como muestra el dicho popular “No hay peor ciego, que el que no quiere ver”
A mí me parece que la ceguera del momento, la vamos viendo demasiado bien y tiene nombres concretos: individualismo, consumismo, sacar de nuestra vida a Dios…
Por tanto, lo primordial será, que comencemos a reconocerla, porque si no somos conscientes de que no lo vemos, no necesitaremos acercarnos a Jesús para decirle: ¡Señor, que vea!
- ¿Soy yo consciente de mis cegueras?
- ¿Qué nombres pondría a mi ceguera?
LAS CEGUERAS QUE NO QUEREMOS ACEPTAR
Aquí viene algo precioso. El ciego, no quiere aceptar su ceguera y se encuentra con Jesús, no porque tuviera deseo de hacerlo sino porque Jesús al pasar por allí se fijó en él. Su ceguera era tan profunda que había perdido el deseo de curarse. Se había instalado en ella y no creía que pudiese salir de aquella situación. Y si nos paramos a pensar veremos, que tampoco nosotros tenemos deseos de salir de la manera de vivir que nos hemos marcado, estamos tan instalados en ella que no tenemos ningún deseo de encontrarnos con Jesús. Sin embargo, como el ciego, nos hemos encontrado con Él cuando nos hemos visto insertos en estas situaciones tan deplorables que, nunca nos hubiésemos imaginado: guerra, terremotos injusticia, desórdenes… y ha sido ahí, donde realmente hemos visto la necesidad que tenemos de salir curados de esta situación tan dificultosa.
En el proceso de curación del ciego, Jesús, vuelve a darle un giro a nuestra mente corta y estrecha, mostrándonos el por qué y el para qué de esa ceguera. Lo que está pasando –nos dice–:
- No es cosa de “mala suerte”, sino de gracia.
- No es castigo, sino bendición.
- No es una negatividad, sino una mirada positiva de encuentro, con la realidad de la Luz.
Por eso en este momento es muy aleccionador recordar que, Jesús es la medicina que actúa siempre que lo deseamos con fuerza.
Que Jesús, puede sacarnos del abismo de nuestra miseria, acogiéndonos con su gran misericordia.
Que Jesús, regenera el cuerpo y el corazón y pone a la persona en contacto con el mismo Dios.
Y que, además, Jesús, no elude los medios humanos, manda, al ciego: Lavarse, obedecer y creer. Y a nosotros nos mandar utilizar todos los recursos que tenemos a nuestro alcance para poder salir indemnes de esta circunstancia.
El ciego, como nosotros, es curado por el gran Sanador de: ayer, hoy y siempre… ¡Pero cómo nos cuesta creerlo!
El ciego, sin saberlo, fue entrando en la dinámica de la fe.
- Primero: con una Fe incipiente, solamente veía a Jesús, como un simple hombre.
- Después, con la Fe adulta, empieza a verlo como un profeta que viene de Dios.
- Más tarde, con la Fe cristiana, se postra para confesarlo: Enviado y Mesías.
- Finalmente, su Fe testimonial, será capaz de sufrir persecución para dar testimonio de Cristo.
El Ciego, se ha convertido en testigo. Ha dejado los salvavidas y se ha sumergido en el mar de Dios.
Qué momento tan oportuno para preguntarnos:
- Y yo ¿he entrado en la dinámica de la Fe o todavía dudo?
Porque no podemos ser cristianos egoístas, ni indiferentes antes las necesidades de otros. Es verdad que hasta ahora, hemos vivido en la opulencia llenos de comodidad y sin carecer de nada y creíamos que nos lo merecíamos, que todo el mundo vivía así; sin darnos cuenta de que nos íbamos encerrando en “nuestro mundo” sin ver que, a nuestro alrededor mucha gente pedía a gritos la Luz de Cristo, para poder liberarse de tanta oscuridad, tanta tristeza, tanta frustración, tanto rencor… Y es, realmente doloroso, que hayamos necesitado, ver todo esto que hemos ido pasando para sacarnos de nuestra indiferencia.
Nuestro individualismo ha pasado a la generosidad. Nuestro duro corazón ha conocido el agradecimiento, nuestra compasión se ha puesto en funcionamiento para ofrecer cada uno lo mejor que tiene, para hacer felices a los demás… y la esperanza ha comenzado a aparecer.
La Luz va llegando y lo inundará todo, pues cuando muchos fósforos se unen por pequeños que sean hacen desaparecer las tinieblas. Ya que, como nos dice el prologo del evangelio de Juan, “la Luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no pudieron vencerla”
Por eso, os invito a llegar al corazón de cada ser humano para decirle. Ten Fe, las tinieblas no tendrán la última palabra porque la Luz va llegando. Sal de todo eso que te tiene oprimido, no te dejes vencer por el miedo, la enfermedad, el desbordamiento… hay alguien que quiere liberarnos de lo que nos abruma… Esto tiene salida y la puerta nos la abrirá: nuestro Dios.
- ¿Qué situaciones de las que se nos han ido presentando, me han llevado a dejar de ver con claridad?
- ¿Qué acontecimientos o personas me han llevado a descubrir mis cegueras?
- ¿He sido capaz de acercarme a Jesús, para decirle: Señor, quiero ver?
Y pensemos que, si para un ciego el color no significa nada, la peor ceguera no está en la vista, sino en el corazón. Porque, los acontecimientos de la vida, cada uno los verá, del color que tenga en el corazón.
Julia Merodio