Entramos en una semana presidida por el amor. Entramos en la semana de La Misericordia.
Por eso sería bueno que, nos detuviésemos a observar que el poder del amor es el arma más grande y eficaz del mundo y esa arma la poseemos todos. ¡Es triste que tantos lo ignoren!
De la mañana a la noche y por cualquier medio al que accedamos, nos están presentando las diversas formas del poder: riqueza, fuerza, fortuna, autoridad… Pero nosotros sabemos que, el poder más grande que reside en el universo es el poder del amor.
De ahí que me pregunte:
¿Cómo hablar de la Divina Misericordia a un mundo inmisericorde y despiadado que sólo piensa en sí mismo dejando marginado todo lo demás?
¿Cómo decirle a una sociedad, materialista e individualista, que intenta sumergirnos en nuestro egocentrismo –sin que nos importe lo que vemos más allá de nuestra situación– que Cristo pone su corazón en nuestra indigencia?
¿Cómo hablar de misericordia a un mundo, que sostiene sobre sus hombros, pesados fardos que, muchas veces no puede sostener?
¿Cómo pedirle misericordia a este mundo, que lo que necesita es encontrar personas compasivas y sensibles, capaces de apiadarse de él y dispuestas a ayudar en tan ingente tarea, como lo hizo Jesús de Nazaret?
¡Cuánto silencio necesitamos para ponernos frente a esta realidad! Cuánta valentía para preguntarnos:
- Y yo ¿estoy dispuesto a ser compasivo, sensible… estoy dispuesto a implicarme en tan inmensa labor?
Por eso ante esta incapacidad de plasmar lo que realmente querría decir, he recurrido a esta alegoría que me parece lo plasma con exactitud.
Cuentan que había dos hermanos que estaban todos los días juntos, lo tenían todo en común, se ocupaban de estar al tanto de las necesidades del otro… y eran el ejemplo de cuantos los conocían.
Pero un malentendido explotó en palabras amargas e hirientes que desembocaron en ese silencio que taladra y el distanciamiento fue creciendo hasta tal punto, que uno de los hermanos desvío el cauce del arroyo para estropear las tierras del otro, cosa que hizo enojarse de tal manera a éste hermano que pensó distanciarse de él de la manera que fuese.
La oportunidad no tardó en aparecer. Un día, un hombre llamó su puerta pidiendo trabajo y en ese momento, nuestro protagonista, vio la oportunidad a su alcance y le dijo al operario, que esperaba en la puerta: Buen hombre, tengo un trabajo para usted, quiero que construya una valla de dos metros de alta, en esa pradera hermosa que nos unía a los dos, pero que mi hermano ha estropeado desviando el cauce del arroyo para enfurecerme.
El trabajador le dijo: no se preocupe, creo haber entendido su encargo, comprendo la situación.
El personaje dejó al obrero trabajando y se fue al pueblo para hacer unas compras que necesitaba y cuál fue su sorpresa, cuando al volver se encuentra que en vez de levantar la cerca de dos metros que se le había encargado, el operario había construido un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. El puente era una fina pieza de arte con un pasamanos precioso.
Mientras contemplaba atónito, a la vez que indignado, el equívoco de su trabajador, ve venir por el puente al hermano menor que abrazándolo le dice: Eres la persona más fantástica y generosa que conozco y ya sabía que lo eras ¡Mira que construir un puente para unirnos después de todo lo que te he hecho!
El hermano mayor, mudo de emoción, contemplaba como el trabajador recogía sus herramientas para irse.
Entonces, llamándolo le dijo: ¡Espera tengo otros trabajos para ti! El operario le contestó: me gustaría quedarme señor, pero tengo todavía, muchos puentes que construir.
No hay nada que añadir a tan magnífica enseñanza, ella nos acaba de situar en la esencia de la misericordia. Dios se pasa el día construyendo puentes que puedan unirnos, a los que vamos por la vida trazando muros de separación.
- Y yo, que digo querer parecerme a Dios –en su manera de actuar– ¿soy constructor de muros o de puentes?
- ¿Qué muros de separación necesitaría destruir?
- ¿Qué puentes tendría que trazar Dios en mi vida?
- ¿A quién tendría que acercarme hoy?
- ¿Qué lugar ocupa la misericordia en mí día a día?
Creo que después de saborear la Gran Misericordia de Dios, no podemos hacer otra cosa, que decirle llenos de agradecimiento:
- Gracias Señor, por enseñarnos que el amor es la razón de la vida.
- Gracias, por manifestarnos que el amor es la razón de una lágrima, de un sacrificio, de una superación, de una esperanza.
- Gracias por demostrarnos que el amor es la fuente del perdón y de la entrega total.
- Gracias, por mostrarnos con tu vida, que amar es entregarse sin reservas, dar sin egoísmos y regalar sin pedir nada a cambio.
- Gracias porque junto a Ti somos capaces de reconocer, que donde está vivo el amor no puede morir la esperanza, y que la verdadera vida empieza cuando el amor es una realidad.
Julia Merodio