Señor, ¿qué me vas a dar?

Señor, ¿qué me vas a dar?

En aquel tiempo, Pedro dijo a Jesús: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, a cambio?

Estamos en el mes de septiembre, el mes que ha ido abriendo el nuevo curso parroquial. Las mesas de entrada a la parroquia se van llenando de avisos sobre las actividades que comienzan y,  entre todas esas hojas informativas, aparecen de vez en cuando panfletos -de los que la gente va dejando- con todo lo que Dios nos dará si hacemos tal o cual cosa.

Y me sorprende observar que, el seguimiento a Cristo de los que nos decimos cristianos, siempre lleve alguna connotación aunque no la hagamos demasiado explícita. Pero es curioso, vemos que esto no es nuevo, pasaba ya en tiempo de Jesús y precisamente con los que le acompañaban. ¿Qué me darás a cambio de que sea cumplidor? ¿A cambio de acudir a misa, de rezar el rosario, de ayudar cuando no me resulte demasiado difícil…? ¿Qué me vas a dar…?

Es asombroso leer una y otra vez, en esos panfletos que se reparten: Promesas del Corazón de Jesús por hacer los 9 primeros viernes, promesas de la Virgen por rezar el rosario, promesas por rezar el Vía crucis… Oración para que te realice un imposible: rezar esto y esto, durante estos días… “Si dejas esta oración en 20 bancos antes de media hora recibirás…” Que socarronamente, uno se pregunta: y si la dejo en 19 ¿qué pasará? ¿Me dará un tanto por ciento de lo prometido o no me darán nada? Y aunque, quizá a escondidas, la gente los lee y hace lo que dicen.

Pero vamos a ver, ¿es qué no queda nadie que sea capaz de amar a Dios por ser nuestro Padre? ¿Es que no queda nadie que sea capaz de amar a Dios desde la gratuidad? ¿Es que no queda nadie capaz de caer de rodillas ante el grande, el omnipotente, el Señor de Señores, el Dios de dioses…? Pero ¿es que se nos ha desgastado el corazón? ¿Es que se nos ha endurecido y solamente llevamos piedras en el pecho?

Fijaos el dolor que supondría a unos padres, escuchar de boca de sus hijos: Bueno yo te quiero si me dejas todo en herencia. Yo te ayudaré si me das alguna recompensa económica, los tiempos están mal y todo lo que reciba viene bien. Bueno iré a comer contigo mañana si no tengo otra cosa que hacer… pero, ¿qué nos está pasando?

Sin embargo, ensancha el corazón, ver que todavía queda mucha gente que no pone precio a su entrega, que sigue a Cristo porque le ha seducido y se ha dejado seducir. Esa gente que ha sido capaz de descubrir que el mundo de Dios es un mundo al revés y a pesar de ello es capaz de aventurarse a entrar en él. Un mundo en el que los últimos son los primeros, en el que los hambrientos se llenan de bienes; los pequeños, los pobres, los desfavorecido son los importantes, los infravalorados son los del sitio reservado… esa gente que es capaz de renunciar a la vida fácil, a rendirse al mejor postor, a querer sobresalir en puestos de relevancia… y se entrega por completo a vivir una vida desde Dios y para Dios.

Esa gente que es capaz de llevar una vida llena de amor fraterno, creando espacios llenos de humanidad, de bondad y de libertad… esa gente que ha optado porque, la norma de su vida sea estar al servicio de la persona. Esa gente que sabe que orar y trabajar es la síntesis perfecta de su vida entregada. Siendo el amor, la compasión y la misericordia el uniforme de su servicio.

Estamos comenzando el curso: ¿Cuál es tu opción? Estoy segura, de que si tu opción es, la de esta gente llena de generosidad, podrás decir como Santa Teresa y como todos nosotros queremos decir hoy:

Señor:

no me tienes que dar porque te quiera,

pues si aunque lo que espero no esperase,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Julia Merodio