La familia, el trabajo y la fiesta

La familia, el trabajo y la fiesta

Me parecía que, este año, en el que la Familia encabeza el lema de la parroquia, era necesario escribir algo sobre ella, en este día tan señalado en el que se celebra la Fiesta de la Sagrada Familia- Pero ¿por dónde empezar? ¿Qué tema elegir, en ese amplio abanico de circunstancias por las que ella tiene que pasar? Y después de ir cogiendo unas y descartando otras, al fin me quede con las tres palabras elegidas en el Encuentro de Familias en Milán. Tres palabras que, desde que se pronunciaron no han dejado de resonar muy dentro de mí. Estas fueron: Familia, trabajo y fiesta.

Y me parecen tan importantes, porque si la familia de hoy, ha de ser una familia abierta al mundo no puede faltar en su contexto el trabajo y la fiesta, ya que forman una parte esencial del tejido donde la familia desarrolla su vida cotidiana. Por lo que me parecía urgente no descuidar la evangelización de esos dos roles que la acompañan.

Pero también es preciso tener en cuenta que, la familia necesita su espacio donde desarrollarse y su tiempo dentro del momento en el que le toca vivir. Por eso, nada mejor que situarnos en nuestra realidad, para poder ponernos ante la relación hombre-mujer con sus singulares estilos de vida, cuyas realidades habrán de conjuntar para propiciar unas buenas relaciones familiares, residiendo en el mundo (trabajo) y humanizando el tiempo (fiesta).

Y quiero que sea, precisamente, en esta realidad donde tome cuerpo este artículo que intento ofreceros. Con ello, solamente, pretendo que sea una luz que ilumine la conjunción de la vida familiar, en el desarrollo de la existencia cotidiana insertada en la sociedad y en el mundo.

Yo creo, que si hay algo importante para la familia es: escoger cada una su propio estilo de vida. El estilo de vida, es algo optado libremente, bajo una seria escala de valores. Un modo de vivir que no será mejor ni peor que el de la familia de al lado, sino distinto; un estilo de vida que, sumado a otros muchos vaya dando consistencia a esta sociedad vacía, que parece que se nos escapa de las manos.

Y ¿por qué la familia debe elegir su verdadero estilo de vida? Porque hoy, más que nunca, proliferan demasiado los “estilos de vida vacíos” haciendo todos los esfuerzos para arrastrarnos a ellos y tratando de hundir ese verdadero estilo de vida que engrandece.

Lo tenemos cerca. Estamos en Navidad y ¿qué fiestas se celebran? ¿Dónde se celebran? ¿Cómo se celebran? Lo que la vida de hoy nos ofrece es celebrarlo todo fuera de la  familia. Cenas y comidas de empresa, de amigos, de actividades… cotillones… todo nos invita a relegar a la familia. De ahí la importancia de plantearnos una pregunta que, quizá hasta ahora no se nos habían ocurrido:

  • ¿Qué celebración ha sido más importante para mí este año?
    • ¿La que hemos hecho en el trabajo?  
    • ¿La que he celebrado con los amigos?
    • ¿A la que he acudido con mi grupo de la parroquia, con mi grupo de actividades, con mi grupo de…?
    • ¿O a la que he celebrado con mi familia? 
  • ¿Cuál he preparado mejor?
  • ¿Dónde me lo he pasado mejor?

De ahí que, si después de hacernos estas preguntas, la familia ha quedado en mal lugar,  deberíamos seguir preguntándonos ¿cuáles serían los nuevos estilos de vida, por los que deberíamos optar, para que nuestra familia sea un referente en relación al trabajo y la fiesta? Nos paramos a interrogarnos cómo lo hizo Jesús al tomar una vida humana como la nuestra.

Pero no podemos olvidar que hay otra familia a la que pertenecemos, que es la familia parroquial, en la que tampoco puede faltar en su contexto, el trabajo y la fiesta, ya que, también –esas realidades– forman una parte esencial del tejido donde la parroquia desarrolla su vida cotidiana.

De ahí que sería importante que la parroquia también eligiera su propio estilo de vida, se hiciera una buena escala de valores y diera consistencia a la manera de vivir desde Dios, pues si no hace todo esto, perderá su esencia y entrará en la dinámica de irse acomodando a lo que le exige esta sociedad –carente de valores– para ir optando más por la cantidad que por la calidad y observando cómo, la verdadera esencia de la Iglesia de Jesucristo, se le va escapando de las manos.

También para ver en qué situación nos encontramos, respecto a la parroquia, podríamos hacernos las preguntas anteriores:

  • ¿Qué celebración ha sido más importante para mí este año?
    • ¿Las que hecho con la gente del trabajo? 
    • ¿Las que he celebrado con los amigos?
    • ¿O las verdaderas celebraciones que me ha ofrecido la parroquia?
  • ¿Cuál de ellas me ha dejado más satisfecho?
  • ¿Dónde me he sentido más acogido y más valorado?

Dos pasajes bíblicos describen todo lo que he apuntado de modo admirable.

  • Primero: Ver cómo Jesús vino a vivir entre nosotros (Juan 1, 11).
  • Segundo: Cómo eligió el seno de una familia humana para hacerse hombre (Lucas2).

“Vino a los suyos
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios” (
Juan 1, 11-12).

No creo que haya un texto más preciso que este para presentarnos a  Jesús habitando en medio de sugente. En él se plasma de manera contundente la dura realidad con la que Jesús se encontró: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”.

La Palabra eterna salida del seno del Padre, toma la condición humana y decide hacerlo viviendo en una familia como la nuestra. Pero el Pueblo de Dios, que debería haberlo acogido, lejos de acogerlo lo rechaza. Es más, no tarda de quitárselo de en medio. No fue capaz de darse cuenta de que Jesús no desistiría y de que  trabajaría en ello hasta el fin de su vida.

No puede estar más claro. Aquí tenemos el estilo de vida que quiere mostrarnos Jesús. Y que no es -ni más, ni menos-, que el estilo de vida que Él mismo eligió para vivir entre nosotros: un estilo de vida, capaz de acoger y engendrar.

Pues eso es lo que Jesús nos pide que, tanto la familia como la parroquia, sean lugares que acojan y generen vida en plenitud. Pero, no sólo la vida física, sino una vida abierta a la ofrenda y a la alegría.

Bien sé que, a menudo, tanto la Familia, como la Iglesia tendrán que hacer frente a presiones externas que no consienten que caminen por el ideal elegido, pero los que hemos optado por el Señor, hemos de ser aquellos que, viviendo las situaciones concretas que nos toca vivir a cada uno, sepamos –desde ellas– dar sabor a cada cosa, incluso a lo que no logremos cambiar. Pues, como los discípulos de Jesús, hemos de ser la sal y la luz de la tierra.

También, como los discípulos, hemos de dar una importancia especial a cada fiesta que la liturgia nos presenta –destacando el domingo–, porque ellas deben de ser un tiempo de confianza, de libertad, de encuentro, de descanso, de compartir. Deberán ser días en los que se reserve un rato para la oración, para la escucha de la Palabra de Dios y para la celebración de la Eucaristía, pues ello nos ayudará a que, también los días de la semana reciban luz de la fiesta: haciendo que haya menos dispersión y más encuentro, menos prisas y más diálogo, menos cosas y más presencia. Dando sentido: a las decisiones que hayamos tomado, a los sueños que hayamos cultivado, a los sufrimientos que estemos viviendo y a las esperanzas que albergamos.

Porque las cosas de Dios no son raras, son sumamente sencillas. Y es aquí, donde precisamente encontramos el secreto de Nazaret.

Nazaret –como lo es la familia y la parroquia– es ese lugar elegido para crecer en sabiduría y gracia de Dios. Es el lugar elegido para que los sentimientos puedan florecer: tolerando errores, comunicándose el afecto y la amistad, apreciando las diferencias de los otros y regalando amor desde la mayor gratuidad.

Porque la familia y la parroquia son:

Una fuente de bendiciones en las que nunca se seca su caudal.

Julia Merodio