Amoris Laetitia, Capítulo 1

Amoris Laetitia, Capítulo 1

Amoris Laetitia, Capítulo 1

(Francisco Alonso, en Madrid el 13 de diciembre de 2021)

La exhortación apostólica es un documento de carácter personal en el que el papa anima a llevar una actividad particular, sin definir la doctrina de la Iglesia. Tiene menos importancia que las encíclicas, pero es más importante que las cartas apostólicas. Francisco ha escrito cinco exhortaciones. En 2013, Evangelii gaudium; en 2016, Amoris laetitia; en 2018, Gaudete et exsultate: en 2019, Christus vivit y en febrero de 2020, Querida Amazonia.

La alegría del amor, que está estructurada en nueve capítulos, aborda el tema del amor en la familia y fue elaborada después de los Sínodos de octubre de 2014 y de octubre de 2015 y publicada el 9 de abril de 2016. Hoy comentamos el capítulo primero A LA LUZ DE LA PALABRA (números 8-30).

Los puntos clave que trata en este capítulo teniendo como guía el Salmo 128,1-6, son:

1.- El padre y la madre con toda su historia de amor.

2.- Los hijos como brotes de olivo.

3.- En la vida de la familia hay problemas: dolor, mal, muerte.

4.- El trabajo como parte fundamental de la dignidad de la vida humana.

5.- Fruto del amor en la familia son la misericordia y el perdón. Es fundamental la ternura.

1.-     La Biblia está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares desde el Génesis 4 (Adán y Eva) hasta el Apocalipsis 21, donde aparecen las bodas de la Esposa y del cordero. Encontramos la pareja del padre y de la madre con toda su historia de amor “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2,24). Jesús en su reflexión sobre el matrimonio en Génesis 2, nos remite a la inquietud del varón que busca una ayuda recíproca que resuelva la soledad que le perturba.

De este encuentro que sana la soledad, surge la generación y la familia: “Se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Mt, 19,5).

2.-     En el Salmo 128 están sentados a la mesa, el hombre y su esposa junto con los hijos como brotes de olivo, llenos de energía y vitalidad. Si los padres son los fundamentos de la casa, los hijos son piedras vivas de la familia.

En el Nuevo Testamento aparece otra dimensión de la familia, se habla de la “iglesia que se reúne en la casa”, la familia como iglesia doméstica. En Apocalipsis 3, 20: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”. Así se delinea una casa que lleva en su interior la presencia de Dios, la oración común, la bendición del Señor. “Que el Señor te bendiga desde Sion”

La Biblia considera también a la familia como la sede de la catequesis de los hijos. “Lo que nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación” (Salmo 78, 3-6). La familia es el lugar donde los padres se convierten en los primeros maestros de la fe para sus hijos. Los padres tienen el deber de cumplir con su misión educadora y los hijos están llamados a acoger y practicar el mandamiento “honra a tu padre y a tu madre”, (Ex. 20,12).

El Evangelio nos recuerda que los hijos no son una propiedad de la familia, sino que tienen por delante su propio camino de vida. Recordemos que Jesús a los doce años (cuando se pierde en el templo), responde a sus padres que tiene otra misión más alta que cumplir, más allá de su familia histórica. “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc. 8, 21).

3.-     En el Salmo 128 ya aparece la presencia del dolor, del mal, de la violencia, que rompen la vida familiar y su íntima comunidad de vida y de amor. En la Biblia aparecen muchas historias de sufrimiento y de sangre en las familias: la violencia fratricida de Caín sobre Abel, los litigios entre los hijos y entre las esposas de los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob, pasando por la tragedia que llena de sangre a la familia de David, las dificultades familiares de Tobías, la amarga confesión de Job abandonado:” Ha alejado de mi a mis parientes… Hasta mi vida repugna a mi esposa, doy asco a mis propios hermanos” (Job 19, 13.17).

Jesús nace en una familia modesta que debe huir a tierra extranjera. Entra en la casa de Pedro donde su suegra está enferma, se deja involucrar por la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro, escucha el grito de la viuda de Naín ante el hijo muerto, atiende el clamor del padre del epiléptico.

Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias casas, a pecadoras, conoce las tensiones de las familias como los hijos que dejan la casa del padre para intentar alguna aventura (el hijo pródigo), hijos difíciles con comportamientos inexplicables (Mt 21, 28-31), es la parábola de los dos hijos a los que manda a trabajar a la viña y uno le dice: no voy y luego se arrepiente y va y el otro dice: voy y luego no va; o víctimas de la violencia (la parábola de los viñadores homicidas). También se interesa incluso por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino (Jn 2,1-10) o por falta de asistencia de los invitados (Mt 22,1-10), así como conoce la pesadilla por la pérdida de una moneda en una familia pobre (Lc 15,8-10).

La palabra de Dios se muestra como compañera de viaje para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor y les muestra la meta del camino cuando Dios “enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap. 21,4)

4.-     En el Salmo 128, 2, el padre con la obra de sus manos puede sostener a su familia “Comerás del trabajo de tus manos, serás dichoso, te irá bien”. El trabajo es una parte fundamental de la dignidad de la vida humana. El trabajo hace posible al mismo tiempo el desarrollo de la sociedad, el sostenimiento de la familia y también su estabilidad y su fecundidad: “Que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida; que veas a los hijos de tus hijos” (Sal 128,5-6). En Proverbios 31, 10-31 también se hace presente la tarea de la madre de familia, cuyo trabajo se describe en todas sus particularidades cotidianas, atrayendo la alabanza del esposo y de los hijos. San Pablo se mostraba orgulloso de haber vivido sin ser un peso para los demás, porque trabajó con sus manos y así se aseguró el sustento (Hch 18,3; 1 Co 4,12; 9,12). Tan convencido estaba de la necesidad del trabajo, que estableció una férrea norma para sus comunidades: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10).

Dicho esto, se comprende que la desocupación y la precariedad laboral se transformen en sufrimiento, como se hace notar en el libro de Rut y como recuerda Jesús en la parábola de los trabajadores sentados, en un ocio forzado, en la plaza del pueblo (Mt 20,1-16), o cómo él lo experimenta en el mismo hecho de estar muchas veces rodeado de menesterosos y hambrientos. Es lo que la sociedad está viviendo trágicamente en muchos países, y esta ausencia de fuentes de trabajo afecta de diferentes maneras a la serenidad de las familias. El pecado introduce la degeneración en la sociedad cuando el hombre se comporta como tirano ante la naturaleza, devastándola, usándola de modo egoísta y hasta brutal. Las consecuencias son la desertificación del suelo (Gn 3,17-19), los desequilibrios económicos y sociales, contra los que claman los profetas, desde Elías (1 Reyes 21) hasta las palabras de Jesús contra la injusticia (Lc 12, 13-21; 16, 1-31).

5.-     Cristo ha inculcado a sus discípulos la ley del amor y del don de sí a los demás y lo hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen testimoniar “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Fruto del amor son también la misericordia y el perdón (la escena de la adúltera rodeada de acusadores y que se queda sola con Jesús que no la condena y la invita a una vida más digna) (Jn 8, 1-11).

En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia destaca otra virtud: la ternura. Así aparece en el Salmo 131 “Estoy como un niño destetado en brazos de su madre”. Que más ternura y tranquilidad que la imagen de un niño después de haber sido amamantado en brazos de su madre. Y también el profeta Oseas 11, 1. 3 coloca en boca de Dios como padre estas palabras: “Cuando Israel era joven, lo amé. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos, con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer”.

La familia está llamada a compartir la oración cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en templo donde habita el Espíritu.

Ante cada familia se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianeidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en tantas familias de prófugos desechados e inermes. Como los magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre, a postrarse y a adorarlo (Mt 2,11). Como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella guarda cuidadosamente en su corazón. Por eso, puede ayudarnos a interpretar todos los acontecimientos de nuestras familias y así reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios.