No eches remiendos a tu vida

No eches remiendos a tu vida

remiendosDe nuevo hemos comenzado a caminar y al comenzar un nuevo  curso, sacamos todo lo que habíamos guardado del año anterior y vamos haciendo una selección de lo que puede seguir valiendo todavía.

A veces, hay cosas desgastadas que nos gustan demasiado pero, aun sabiendo que no resistirán preferimos echarles “un remiendo” para que sigan valiendo un año más.

Más, no solamente nos pasa eso con las cosas que hay en los armarios, nos pasa también con todo que guardamos en el corazón.

Pero este año va a ser distinto, vamos a desechar lo viejo que nos acompaña para comenzar el curso llenos de entusiasmo, ilusión y novedad.

REMENDAR… ¡Las veces que he orado con estos versículos –del evangelio de Mateo– Señor! Y no he sido capaz de darme cuenta de que, lo que Jesús quiso decirnos al pronunciar estas palabras es que, Él no ha venido a la tierra para echar “remiendos” sino para hacerla nueva y si no, miremos cómo estaba la tierra antes de venir y cómo quedó después.

Jesús era un joven valiente, siempre iba a cara descubierta y podía hacerlo así porque sus hechos lo avalaban. Por eso, cuando se pone ante la multitud no les dice: “Yo creo que será bueno que vayáis tirando un poco más a ver qué tal siguen las cosas… Ni les dice: aguantad un poco más al hermano, quizá en una semana o un mes… cambie un poco de cara, después ya veremos… ni nos dice: ya sé que ese os ha ofendido, pero procurad no mezclaros con él para que no tengáis problemas posiblemente poco a poco… Ni nos dice: dad eso que ya vais a tirar, total para qué lo queréis si ya no sirve para nada…” ¡¡¡No!!! Con voz potente dice: Pero yo os digo (Mateo 5,44).

Él ha venido a traer la libertad, a desatar nuestros nudos, a decirnos: mirad el que un hombre sea viejo o joven no depende de la edad. Una persona egoísta siempre será un viejo, mientras una persona bondadosa será siempre joven.

¡¡No!! Jesús no vino a “remendar…” vino a decirnos que la ley no basta y que imponer cargas pesadas a los demás es no haber entendido su mensaje.

Por eso, cuando le preguntan cuál es el primer mandamiento no pone “remiendos” dice sin perturbarse: “Amarás al Señor tu Dios… Él no dice: Bueno… amarás al Señor un rato al levantarte y otro al acostarte, le amarás un poquito “por si acaso” puedes ir a misa –si te queda tiempo-… ¡¡No!! Jesús dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo” Porque Él quiere cristianos de una pieza y todo el rato. La persona no puede ser una en la iglesia, otra en casa y otra en la calle, la persona ha de ser siempre la misma.

De ahí que Jesús nos diga: no echéis “remiendos” a vuestra vida “para recibir el vino nuevo es imprescindible haber dejado antes los odres viejos”. Porque la gracia que Dios nos regala, no nos esclaviza en una ley caduca y vieja sino que nos renueva y levanta.

No puede estar más claro, no podemos revestirnos del “hombre nuevo” si antes no nos hemos desecho del hombre viejo que nos tiraniza.

Eso es lo que hizo Jesús. Él se entregó de una manera nueva, total, sin “remiendos” y ¿para qué? Para desterrar todo lo viejo, todo lo que nos tenía esclavizados por el pecado.

Jesús, se entregó para hacernos “hombres nuevos”, dóciles y humildes, personas capaces de convertirse en la sal del mundo y la luz de la tierra. Personas capaces de hacer ver a los que todavía viven en oscuridad y sometidos a la servidumbre, que lo caduco hay que desterrarlo, que la Gracia de Cristo es la que trae la Gran Novedad, la que es capaz de devolver la vista a los ciegos y el oído a los sordos. Por eso:

Bienaventurados nosotros si hemos logrado salir del vestido viejo que nos cubría y hemos entrado a formar parte de la vestidura nueva que Dios nos regala. Porque habremos decidido no poner más “remiendos” a nuestra vida, habremos decidido estar abiertos a las novedades que nos vaya presentando el Espíritu del Señor. 

Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; a vino nuevo, odres nuevos” (Mateo 9,17).

Julia Merodio