Contrariamente a lo que la gente presupone, nuestro tesoro reposa en una cueva alejada de la ciudad, sin seguridades que lo resguarden, ni guardias que lo custodien… A su lado, tan sólo dos jóvenes, con un corazón disponible que, lejos de guardarlo bajo alarmas de seguridad, se disponen a ofrecerlo a todo el que va llegando, aunque escaseen demasiado los interesados en conocerlo.
Esta sociedad próspera y aventajada, no está dispuesta a agacharse, ni a mancharse de barro para entrar en una cueva, por muy importante que sea el tesoro que se halle en su interior. ¡Un tesoro en una cueva! ¡Se habrán creído que somos tontos! Sin embargo, en una cueva es:
DONDE SE ENCUENTRA… LA GLORIA DE DIOS
Por eso son tan pocos los que la encuentran. Pues Dios, al nacer, en el cuerpo de un Bebé y en un sitio tan precario, ha roto todos nuestros proyectos humanos. “Es la sabiduría que Dios oculta a los sabios y entendidos”, es la sabiduría del corazón que, se forja en el silencio, es la humildad que sabe entregar su pobreza para que podamos comenzar a saborear a Dios.
Y, por muy extraño que parezca, es ahí donde precisamente se encuentra la Gloria de Dios. La gloria de Dios que consiste: en ofrecer al ser humano el Tesoro que le proporcione la felicidad. Así lo decía San Ireneo y así lo asevera el Papa Francisco: “La gloria de Dios es encontrar un hombre feliz” Feliz, aquí y ahora; en este tiempo y en esta tierra; en esta sociedad y en este año de 2017 que estamos terminando.
La dificultad llega cuando esa gloria de Dios, esa felicidad, hay que encontrarla de una forma tan sorprendente. Pero ahí está… Lo recoge con mucha fidelidad el evangelio de Lucas: “Esta es la señal: Encontraréis al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre…”
- Y tú, ¿estás dispuesto, este año, a entrar en la cueva donde se halla tu tesoro?
Julia Merodio