Cuando me disponía a plasmar el artículo de esta semana, me costaba trabajo elegir lo que podría poner en tan poco espacio de todo lo que nos presenta la Navidad. ¡Llevo tantos años escribiendo sobre la Navidad!, me decía.
Pero de pronto mi planteamiento ha dado un giro: ¡hablar de la Navidad! Pero cómo se puede hablar de la Navidad, cuando la Navidad es silencio, acogida, entrega, disponibilidad… Apertura a los planes de Dios, a los silencios de Dios, a la manera de actuar de Dios… A su modo desconcertante de llegar… ¿Cómo poder plasmar lo que se funde en lo profundo?
Vamos a adorar al Mesías
Cerré los ojos y me sitúe en el momento actual. Faltan escasos días para que Jesús nazca y veo que la gente no se dirige a Belén, todos llevan la dirección contraria. Unos van hacia el centro comercial, otros hacia el destino de vacaciones, la mayor parte están ultimando los preparativos para que no falte nada esa noche… Pero eso de dirigirse a la Cueva de Belén parece pasado de moda.
Hay que comprender que las cuevas están es despoblado y nosotros somos gente de ciudad, de pueblos acomodados… ya nadie visita los sitios inhóspitos, es más las cuevas que acogían animales están prácticamente derruidas.
De ahí, que no podamos llegar a la Cueva de Belén hasta que no seamos capaces de dejar el asfalto y caminar por un sendero incómodo, lleno de piedras y maleza. Ni tampoco llegaremos si lo que buscamos es encontrar cosas sorprendentes -como acostumbramos a buscar en cualquier visita turística- Pues ¿quién pretenderá ver en la cueva de Belén algo que le alegre la vista? ¿Qué se puede encontrar en ella, que invite a viajar para observarlo? ¡NADA! Allí todo es pobreza, escasez, penuria, miseria…
Sin embargo, es sorprendente observar, que nadie puede llegar a ella y quedar indiferente. La presencia de los jóvenes allí albergados, de los que la esposa está a punto de dar a luz, parece atraernos a la vez que nos extraña. ¿Cómo habrán elegido ese lugar tan sombrío, para tan feliz acontecimiento? ¿Tan pobres son, que no pueden elegir algo mejor?
¡Qué poco entendemos de entrega! ¡Qué poco entendemos a Dios!
La serenidad de la esposa nos deja asombrados. Allí no hay ginecólogo, ni matrona; allí no hay desinfectantes, ni material quirúrgico; tampoco agua corriente, ni siguiera un calefactor para dar un poquito de calor al Niño que está a punto de llegar.
Mientras el esposo –un poco asustado– va limpiando el lugar para hacer la estancia más confortable, pero al margen de lo que el sitio ofrece, encontramos a los jóvenes llenos de gozo, esperando lo más preciado de su alma, lo más deseado: Su querido Hijo.
Momento de adoración
Sin embargo, hay algo que nos desconcierta. Aunque a simple vista en aquel espacio no haya nada propio de admiración, aquellos jóvenes esposos y su manera de actuar gritan por sí mismos, que ellos no son una pareja convencional, que su interior esta lleno de –ese algo– que supera cualquier acontecimiento; que su interior está lleno de Dios.
Por eso, después de vislumbrar su realidad, nadie puede quedar impasible. Ante cuantos contemplan el misterio aparece –ese momento tan especial– que hace caer de rodillas para que la admiración dé paso a la Adoración. A la Adoración del Misterio de Dios.
Pues, ¿quién puede contemplar el nacimiento de Jesús, sin caer de rodillas y adorarlo?
La Navidad hoy
Sin embargo creo que, antes de llegar a la adoración, deberíamos ponernos ante el Señor y plantearnos desde el silencio lo que es la navidad para el mundo moderno, para el tiempo presente y lo que es para nosotros. Porque necesitaríamos conocer la verdadera realidad, de lo que la Navidad significa para los que vivimos en este momento de la historia.
Para ello podríamos preguntarnos:
- ¿Cómo será, este año, nuestra Navidad?
- ¿Cómo la vivirá cada país?
- ¿Será una Navidad como costumbre?
- ¿Será una Navidad, como fecha para recordar?
- ¿Será, una Navidad organizada por los grandes y pequeños comercios?
- ¿O será una Navidad, en la que dejemos a Dios, nacer en cada ser humano de la tierra?
Percibiendo la Navidad
Es verdad que, ni siquiera en la primera Navidad los contemporáneos de Jesús, fueron capaces de percatarse de ello. Fueron pocos los que la detectaron y los que lograron encontrarla, tuvieron que ser avisados por unos Ángeles; ¡ni siquiera la auténtica Navidad fue percibida por el ser humano! Sin embargo nada de lo que pasó, pudo impedir que la Navidad tuviera lugar como estaba previsto.
Más, seguimos viendo con tristeza que, las cosas han cambiado poco. Veintiún siglos después, continuamos sin tomar conciencia de que Jesús vuelve a salvar a nuestro mundo y no es porque no hayamos arreglado este año: las calles, los comercios, los colegios, las casas… con adornos, árboles y luces; el motivo, por el que nos damos cuenta de ello es, porque echamos de menos la alegría, el entusiasmo, la sorpresa, la felicidad…
La gente casi no quiere ni oír hablar de Navidad. Tanto es así que, ni siquiera encontrará un sitio en las noticias más importantes del año ni saldrá destacada en los periódicos de mayor tirada, ha habido demasiado paro, demasiados muertos, demasiadas víctimas, demasiados escándalos, demasiado sufrimiento… como para hablar de la auténtica Navidad, por eso una vez más, intentaremos tapar tanto dolor con más derroche de alcohol, comidas y regalos para poder situarnos en las fechas que, a pesar de todo, seguimos añorando.
Por eso creo que, este año, sería importante poner un letrero en un sitio visible de nuestra casa donde se leyese:
“Señor: como esta Navidad estaré muy ocupado
y tal vez, no pueda ir a verte a la Cueva de Belén,
te pido que Tú vengas a mi casa para verme a mí”.
Navidad: encuentro y cariño
Pero, como aquellos pastores de la primera Navidad, habrá muchas personas dispuestas a encontrarse con Dios, a vivirla con autenticidad, capaces de grabar en su interior: el “Dios-con-nosotros”.
Es Mateo el evangelista más reiterativo en pretender cincelar en cada corazón, esa presencia-encuentro, que encierra: el Dios-con-nosotros. Mateo quiere alertarnos, de la imagen de Dios en nuestra vida, abarcando todos sus momentos:
- Dios en nuestra vocación.
- Dios en nuestra misión.
- Dios en nuestra oración.
- Dios en el hermano que camina a nuestro lado…
Lo que pasa es que, a nosotros, no siempre nos viene bien el llevar a Dios tan pegado. Es verdad que, cuando tantos acontecimientos nos desbordan, nos sorprenden, nos golpean, nos desconciertan… somos los primeros en colocar a Dios junto a nuestras vicisitudes. Pero cuando nos encontramos metidos en esas opciones, que sabemos que a Dios no le gustan demasiado, nos resulta incómoda su presencia y no es, que queremos prescindir de Él, simplemente queremos tenerlo a la distancia justa para que no nos comprometa.
Por eso la Encarnación nos desconcierta. El compromiso de un Dios que se encarna tiene demasiado riesgo, y familiarizarse con ese Dios que no viene a ocupar un lugar privilegiado, sino a vivir nuestra misma realidad, se nos escapa de la mente. Nosotros podemos “reconocer”, con relativa facilidad, a ese Dios que está en el templo; pero “reconocerle” en cada persona es pedir demasiado, aunque ese sea el templo que Él ha elegido para habitar. Por lo que no cabe duda, que debemos plantearnos en serio, que nuestra vida necesita una nueva Navidad.
Contemplando la Navidad
Acabamos de hacer un planteamiento de la Navidad en el que, la contemplación y la adoración forman una unidad. No las abordemos someramente. Dediquémosles tiempo. Dejamos a Dios que nos ayude a contemplar y adorar a su lado.
Dejemos aparte, todo eso que nos gustaría saber de qué y cómo pasó; preocupémonos más bien de sentir lo que estaba pasando. Sabiendo que esa contemplación-adoración quedará incompleta si no llegamos al: Verdadero Encuentro.
Así, cuando el ruido de la calle cese para nosotros; cuando las inquietudes se relativicen; cuando el silencio impere y la boca calle; sin decir nada y diciéndolo todo; sin pretender nada y anhelándolo todo… se producirá el verdadero encuentro, ese encuentro que llena el alma de certeza y seguridad. Ese encuentro del Tú a Tú, de la cercanía de Dios, del trato de corazón a corazón… Es la entrada, a ese mundo de Dios donde no se va a conquistar nada, porque todo es gracia y don.
Es el momento, en que ya no se necesitas conocer a Dios intelectualmente, sino sentirlo y vivirlo. Es entonces… cuando el encuentro se hará experiencia, notando –desde lo más profundo– que ha llegado a nuestra vida, la verdadera Navidad.
Por tanto, no escatimemos esfuerzos para dejar nacer –a Dios– en nuestro corazón, en nuestra casa, en nuestra familia, en nuestros hijos…
No nos empeñemos en hacer en su honor celebraciones costosas que no tienen nada que ver con la realidad. Él no necesita nada de eso.
- Él se contenta con un rinconcito, del corazón, para sembrar una semilla.
- Él necesita que nos dejemos traspasar por un rayo de su luz.
- Necesita sacarnos de nuestros condicionamientos.
- Necesita que seamos, ahí donde nos ha tocado vivir, constructores de: fe, esperanza, alegría, ilusión.
Y cuando esto haya ocurrido, cuando lo hayamos experimentado… nos daremos cuenta de que, Dios realmente ha nacido en cada uno de nuestros corazones, llegando a nuestra vida:
La verdadera Navidad.
¡¡¡OS DESEO CON TODO MI CORAZÓN UNA FELIZ NAVIDAD!!!
Julia Merodio