Las dos mujeres del Adviento
María es una mujer del Antiguo Testamento y su vida discurre, insertada en ese momento histórico.
Es una mujer de pueblo, sin cultura –pues a las mujeres no se les permitía saber– y preparada para estar sometida. Por su parte, se había ofrecido a servir al Señor desde su virginidad, por lo que no aspiraba -como el resto de las jóvenes- a ser madre del Mesías prometido.
Cerca de ella: otra mujer. Una prima suya, de edad avanzada y estéril, muy apenada porque no podía tener hijos y en la sociedad machista en que vivía la culpa de la esterilidad era siempre de la mujer.
Y sorprende comprobar que, los dos primeros capítulos de Lucas, estén dedicados a ellas. Sin embargo, Lucas quiere plasmarlo así, porque sabe que el encuentro de esas dos mujeres, pondrá al descubierto el comienzo de la historia de salvación.
Lucas había descubierto que, en ese encuentro, acababa de unirse: el Antiguo Testamento con el Nuevo, las palabras: “Mirad que hago nuevas todas las cosas” empezaban a cumplirse. Y en ese mismo instante, terminaba de aparecer: El Adviento.
El Adviento
El Adviento, en la forma de escribir de Lucas, tiene dos constantes:
Dos anuncios:
- Uno por parte de: Zacarías – Antiguo Testamento.
- Otro dedicado a María – Nuevo Testamento.
Pero, ante un anuncio, siempre hay una reacción.
El ángel Gabriel se presenta al sacerdote Zacarías. Dice el relato que se presenta a la derecha del altar, como signo de benevolencia: el signo quiere expresar que ha terminado el tiempo de las promesas y comienza el tiempo de la realización.
La reacción de Zacarías es de miedo, de espanto… Demasiado fuerte para el viejo Zacarías cansado de tanta espera y esterilidad. Él ya no está para descubrimientos y le resulta costoso encajar en su vida las novedades de Dios. Su reacción parece esconder que ya no quiere que su oración sea escuchada, ya no quiere alegrías, prefiere quedarse como está.
Las palabras del ángel son un contraste con las que le dirá a María.
- El niño será motivo de alegría.
- Sera signo de reconciliación.
- Será fuerte y desafiará a reyes impíos.
- Se llamará Juan que significa “Yahvé da gracia” y no heredará la tradición.
- Será un hombre espiritual, hombre de espíritu desde las entrañas de su madre. Y así preparará los caminos de Señor.
El sacerdote del régimen antiguo no puede digerir lo que le dice el ángel. No cree que Dios vaya a extraer la salvación de su esterilidad, no es capaz de fiarse de Dios aunque se le presente con toda la gloria. Gabriel le hace ver que la esterilidad no es un problema para Dios y le da una prueba, tal como él reclama, se queda sin habla.
Nos situamos en la segunda escena.
El ángel Gabriel, que Lucas situaba seis meses antes a la derecha del altar en la sacralidad del templo, ahora quiere que lo veamos en una humilde vivienda y que nos dejemos impresionar por la “bajada del trono” que eso representa. La escena lo desplaza –de la suntuosidad del Templo– a un rincón desconocido de Nazaret.
El ángel, entrando en la estancia donde se halla María, saluda con delicadeza a esa muchacha que vive en los últimos rincones del mundo. Ella ha sido la agraciada, mirada con toda la gracia de Dios. El cuerpo tiembla al ver que todo un Dios tiene necesidad del sí de una joven muchacha para hacerse como uno de nosotros.
Y es aquí donde comienza la diferencia entre las dos vidas paralélelas. Mientras Zacarías se permitió dudar ante el anuncio del ángel, María no pide ninguna clase de garantías sino que se limita a preguntar qué “cómo será eso ya que ella no conoce varón”
De nuevo Lucas pone en labios del ángel unas palabras que le suenan a nuevas a aquella joven: El Espíritu te cubrirá con su sombra porque el hijo que vas a tener será Hijo de Dios. Y seguidamente unas afirmaciones cristológicas muy elaboradas: será Grande, Hijo del Altísimo, Hijo de Dios… y en ese momento la fe de María se pone a flor de piel, no le importan los quebraderos de cabeza que eso le traerá, ella desde el fondo de su corazón abre la boca para decir Que se haga como Tú quiera mi Señor.
Y como resultado de los dos anuncios se produce:
- Un encuentro: el de dos mujeres embarazadas: el de las dos madres.
- Nos encontramos ante dos nacimientos:
- El del Precursor: Profeta del Altísimo
- El del Hacedor: Hijo del Altísimo.
Hasta aquí Lucas nos ha presentado las dos vidas paralelas, poniendo en relación: Los dos anuncios, las dos madres y los dos niños. Pero ahora ya sobresaldrán María y Jesús a quien Isabel y Juan les rendirán homenaje.
María se pone en camino
María se pone en camino va a visitar a su prima Isabel –nos lo dice el evangelio– pero lo cierto es que Jesús en el seno de María, comienza a ser un itinerante, comienza a hacer su camino para Dar la Buena Noticia.
El primero en recibir a Jesús es Juan, el que ha de anunciar su llegada y lleno del Espíritu Santo salta ya de gozo en el seno de su madre.
La belleza del saludo de Isabel tampoco podemos eludirlo y Lucas que había enfatizado la incredulidad de Zacarías, elige ahora a su mujer para proclamar la primera bienaventuranza del evangelio “Bienaventurada tú que has creído, porque la promesa se cumplirá en ti”.
En María se acaba de producir la inversión de valores: la esclava, la pequeña, ha sido exaltada y colmada de bienes. E Isabel ha truncado las leyes de la naturaleza. De nuevo la acción de Dios, poniendo vida donde hay esterilidad: De nuevo creando, salvando y amando. Y, en esa sociedad, donde la mujer era “algo”, Dios se encarga de depositar su confianza en esas dos mujeres, irrelevantes, y por mediación de ellas enviar al Salvador y a su profeta. Allí están las dos, dispuestas a todo, sin importarles las consecuencias que todo eso pudiese acarrearles. Lo que Dios les había pedido no era fácil de asimilar para la gente, pero ellas, llenas de gozo, lejos de deprimirse y esconderse, irrumpen en alabanza a su Señor.
- María diciendo: “¡Qué se haga como tú quieras, mi Señor!
- Isabel, sin embargo, siendo capaz de decir: “¿De dónde que venga a visitarme la madre de mi Señor? Cuando advertí tu presencia, la criatura, que va a nacer, saltó de gozo en mi seno”.
Y con esta sencillez y esta grandeza, mientras la gente seguía trabajando, corriendo, comiendo, comprando y haciendo su vida –sin que nadie lo advirtiese– Dios había comenzado a fraguar la obra de la Salvación.
Julia Merodio